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224 ALEJANDRO VILLALMONTE el final de la historia. El, hombre profundamente religioso, ve la máxima expresión de tanta miseria en el hecho de que todo hombre nace en pecado y sujeto a la «dura necesidad de pecar = peccandi dura necessi t a s i congènita, introyectada en lo más hondo de su ser corpóreo-espiri- tual. Ante este Dios que impone tal castigo incluso al recién llegado a la existencia, antes de que logren poder ni siquiera para hacer algo, el obispo Julián de Eclana lleno de piedad, de equilibrio mental, y también de nerviosismo y de énfasis retórico, le dirige a san Agustín esta andana da de enormes acusaciones: «Discrepas (Agustín) no (tanto) en la cuestión esta (del pecado origi nal), sino en la cuestión de Dios . No le honras, como le honramos nosotros (los cristianos) por su justicia... Presentas un Dios en sus preceptos lleno de inmoderación tiránica , de bárbara iniquidad en sus juicios... lleno de perfidia púnica en sus juramentos... No te apoyas en razones y discusión (razonable del tema), sino en los sueños y fantasía de Manés». En el Dios agustiniano que castiga a los hombres con la ‘dura necesidad de pecar’ inevitablemente, ve Juliano al Dios maniqueo, e incluso alguien peor. Por que el Dios maniqueo hace pecadores forzosos a algunos, no a todos, como sabe Agustín. Y, por otra parte, el mal que hace no es obra personal suya, lo realiza otro dios rival. Pero en Agustín el propio Dios es castigador inmediato de los seres inocentes a quienes Él ha creado. «Pon en claro quien es este implacable acusador de inocentes. Respondes ¡Dios! Has herido mi corazón y como tal sacrilegio es increíble, no sé qué sentido tiene la palabra «dios», si el dios de los paganos o el Dios de nuestro Señor Jesucristo. ¿A qué Dios imputas tal crimen? Porque Él nos amó y entregó su Hijo para perdonarnos y tú le haces juez que persigue a los recién nacidos. Ahora, después de esta doctrina tan bárbara, tan sacrilega, tan funesta , si encontramos unos jueces honrados, sólo deberían maldecirte y execrarte. Juzgarían ser lo más justo y sensato no entrar en discusión contigo, dado que eres extraño a toda religiosidad, a toda ciencia, al buen sentido común, pues pretendes lo que ningún bárbaro osaría: hacer crimi nal a Dios». No hay nada más afrentoso para un hombre que verse castiga do por su Dios a gemir bajo la «dura necesidad de pecar». No menos deshonrosa resulta para la bondad del Dios cristiano. A eso, dice Juliano, es a lo que yo llamo «monstruoso invento» (= prodigiale commentum), «auténtica barbaridad» (= probata barbaries). La acusación de Juliano contra la teoría agustiniana del pecado original no deja nada que desear por su rudeza y vehemencia retórica. Pero Agustín responde con vehemencia e hinchazón polémica muy similar: Tú eres el que estás poseído de furor insensato contra Dios (= insanis contra Deum)
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