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222 ALEJANDRO VILLALMONTE tenemos que mirarle desde el lado oscuro: desde el pecado que causó su ruina y la de toda la humanidad por los siglos de los siglos. Se necesita un elevado grado de credulidad para afirmar que cualquier individuo de la especie «homo sapiens», en sus primeros ejemplares, pudiera tener la capacidad espiritual de un hombre adulto y maduro para pecar tan gravemente. Pero, supongamos que pecó gravemente y que con su pecado «abrió la puerta» de su corazón al dominio de Satanás, a tenor de lo que dice san Pablo respecto de E l Pecado = He Hamartía (Rm 5-8) a quien el hombre se entrega como esclavo. Dentro del lenguaje metafórico usado por Pablo, la afirmación tiene un sentido profundo. Pero adviértase que el poder a quien el hombre (¡siempre el adulto!) se esclaviza no es Satanás, sino E l Pecado (He Hamartía) que es la propia Carne a la que el pecador se esclaviza. Que el hombre pecando se hace esclavo de sí mismo no sólo es un enunciado doctrinal, es un hecho vivenciado en la experien­ cia de cada día. Lo que resulta impresentable, rayano en la frontera de lo absurdo, es decir, que un solo hombre, en un solo acto, en un solo momen­ to de la historia a toda la humanidad, y por millones de años en que pueda vivir la especie humana en el planeta tierra, la entregó a la esclavitud de Satanás. Parece claro que ningún acto de ningún hombre, que se produzca según las meras leyes naturales, propias e inmanentes del ser humano, puede disponer de tan intensa y universal influencia. Hay que recurrir a la intervención de Dios. La cual no puede ser meramente permisiva, o mero estar a la espectativa de lo que suceda. El hombre-Adán no pudo abrir la puerta a Satanás para que entrase en corazón de millones hombres hasta el final de los siglos, si Dios con acción positiva, fuera de y sobre las leyes naturales no le hubiese dado ese poder. ¿Cómo conciliar esta acción posi­ tiva, preter- o sobre-natural de Dios con su justicia y su amor a los hom­ bres? Volveremos sobre esta comprometedora pregunta. Similar compromiso a la bondad de Dios surge si miramos el hecho desde la perspectiva de Satanás, a quien se le concede el dominio. Satanás no puede dominar, esclavizar a la humanidad entera por los siglos de los siglos, si Dios no le dota de «poderes excepcionales y extraordinarios» para que imponga esta situación de tiranía 14. Ni siquiera respecto al hom­ bre adulto que peca con plena deliberación tiene Satán poder alguno, si Dios no le dota de poderes extraordinarios, ¿cómo hablar de bondad en Dios cuando a seres que no han podido pecar personalmente les entrega a la esclavitud espiritual de Satanás, tan dura y absolutamente insuperable 14. Citando a G. M. LüKKEN se dice: «en último término el dominio de Satanás depende de Dios mismo, que entregó al hombre a Satanás después de la caída» (p. 297). Frase que pudiera tener significación metafórica, pero que Sayés rechaza en la p. 299.

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