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SATANAS Y EL PECADO ORIGINAL 221 esta presencia satánica que Sayés postula no alivia ninguna de las dificul­ tades de la teoría adánica clásica. Las traslada de lugar y las agrava ostensi­ blemente. Por sintetizar mi comentario en pocas ideas diría que la hipótesis sata- nista con que el prof. Sayés intenta explicar el misterio del pecado original: a) resulta inaceptable para la actual antropología teológica católica; b) es incompatible con la idea cristiana de Dios; c) oscurece peligrosamente la excelencia de la acción salvadora de Cristo. Como estas inculpaciones pudieran sonar demasiado solemnes, vamos a explicarlas en forma más minuciosa y accesible. Por otra parte, dado que en páginas anteriores hemos rechazado la figura de Satanás como realidad personal inteligente y volitiva, la teoría de Sayés, en lo que tiene novedoso y peculiar, quedará desfondada. Pero no vamos a volver sobre un trabajo ya cumplido. La «teología de Adán» es un presupuesto teológico sistemático en toda la obra de Sayés que estamos comentando. Por «Teología de Adán» entende­ mos aquí ese conjunto de afirmaciones de los teólogos al presentar a Adán, primer hombre, padre universal de la raza humana, como un personaje rigurosamente histórico, dotado de prerrogativas del todo especiales: gracia santificante en grado eminente; los dones preternaturales; excepcionales perfecciones naturales, situado en un entorno vital paradisíaco. Prerrogati­ vas que Adán poseía en representación de la humanidad entera, en su cali­ dad de cabeza física, moral, sobrenatural de todos su descendientes. Muy emperentado, como es obvio, con el inconmensurable Hombre Primordial de tantos mitos y filosofías antiguas. Situación privilegiada que perdió con su pecado histórico, siniestramente grandioso, especialmente absurdo. Honradamente hay que decir que, para un creyente de finales del si­ glo XX, esa imagen de Adán es impresentable. Lo es, sobre todo, para la ciencia teológica. No podrá subsistir si no es como teología folclórica, como ejercicio escolar de ciencia-ficción. Si pensamos en los logros más seguros de la antropología científica e incluso filosófica, ese Adán paradi­ síaco de la cultura popular cristiana es inviable, si no es a fuerza de rodear su imagen de una imponente milagrería, nada honrosa para la Sabiduría del Creador. Afirmar que el primero/s caso de homo sapiens , aparecido hace un millón de años, gozaba ya de semejante excepcional dotación natural- sobrenatural es pura fantasía. Y si todo ello se le pone en relación con la fe cristiana, es exponer a ésta a la irrisión de la gente sensata. Esto por lo que se refiera al lado tan luminoso como falaz del Adán inocente. Pero

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