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216 ALEJANDRO VILLALMONTE En los autos sacramentales de nuestros clásicos operan con éxito «per­ sonajes» malignos como la Soberbia, Avaricia, Lujuria. Tienen la misma densidad real y fuerza operativa que la clásica tríada mundo-demonio- carne. Se pregunta uno por qué al «Demonio» se le concede personalidad metafísica cumplida y siniestramente grandiosa, se le escribe con mayúscu­ la de distinción y se le llama Príncipe de este mundo por excelencia. La Carne, el Pecado, Avaricia, Lujuria, Soberbia, Mundo, Demonio, todos por igual son simbolizaciones, nobles mitos, prosopopeyas, personificacio­ nes antropomórficas de fuerzas imponderables, impersonales que actúan en la historia humana. Todas ellas son creaciones del hombre, que se vuel­ ven contra su progenitor y lo esclavizan. A nivel del símbolo, del mito, de la parábola e incluso de la dramatización imaginativa contienen un innega­ ble valor expresivo y comunicativo. El Demonio, con sus otros compañeros de maldad, son símbolos , indestructibles e inevitables, de lado negativo, oscuro de la psique y de la historia humana. Hay que contar con ellos mientras persista en el espíritu humano la capacidad, tendencia, experien­ cia del mal. Pero si, a impulsos de la fantasía y credulidad popular, de la «rabies speculandi», de una gnosis filosófico-teológica se les dota de gruesa realidad ontológica, sustantiva, se revienta el símbolo por exceso de carga , como diría P. Ricoeur, y se corre el riesgo de convertir nobles fabulaciones humanas —sólo humanas— en verdades traídas del cielo. La historia nos enseña que los «creyentes» en Satanás en realidad son ellos los «creantes/creadores» de su persona. O bien toman prestada esta figura del entorno socio-cultural-religioso en que viven. Sólo se cree vivaz­ mente en el Diablo en los ciclos culturales donde previamente se le ha «creado» a impulso de determinadas necesidades psicológicas. Así se expli­ ca que en tiempos de Jesús veían diablos y endemoniados por todas partes. Algún demonólogo interesado en el tema podría calcular la densidad de población diabólica que vivaqueaba en Palestina por aquellos años. Algo similar ocurrió en épocas posteriores de la Cristiandad. En esta línea es caso típico y aleccionador la creencia en brujas , muy emparentada con la creencia en Satanás. La gente y los Inquisidores de siglos pasados «creían» en la realidad sustantiva del Demonio presente y operante en las brujas. Pero en realidad eran ellos quienes «creaban» a Satán y a las brujas para los lúgubres menesteres que nos son bien conocidos. Cuando la sociedad —la gente y los Inquisidores— dejaron de «crear» brujas, desaparecieron éstas de sobre la faz de la tierra. Satanás aún ‘resiste’. Esta sugerencia sobre la nocividad de la figura de Satán, cultivada por ciertos teólogos/demonólogos se refuerza si nos fijamos en que, en realidad y sin ellos pretenderlo, lo que hacen es crear el caldo de cultivo para las numerosas sectas

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