PS_NyG_1993v040n002p0201_0238

214 ALEJANDRO VILLALMONTE seria, ineludible, ni siquiera ha sido iniciada por el prof. Sayés Recita, transcribe textos en su pura, mera y nuda literalidad, desprovistos de cual­ quier contextualización dentro de la circunstancia vital histórica-cultural- religiosa en que fueron producidos. Con sorprendente ingenuidad crítica se les deja cargados de una ganga imaginativa, retórica e impresionista demasiado gruesa y tupida como para ser creíble. Sólo el espontáneo e impulsivo cultivador de un manido verticalismo supranaturalista podría hablar de la «existencia» de Satanás como de una verdad venida del cielo. No hay indicios de que así sea. Satanás es una magnitud o personalidad creada desde abajo por el poder mitificador, simbolizador del espíritu humano pensante, desiderante y semiente: —Ante la prepotencia e inhumanidad de ciertas fuerzas cósmicas el hombre primitivo se siente impotente, cree que algo/alguien superior le abruma, las «ani- miza», las dota de sustancialidad óntica, e incluso de corporeidad y materialidad palpable; —Continuamente experimenta el hombre lo absurdo del mal que hace y que padece. Mentalidades primitivas no tienen suficiente fuerza de introspección ni valor para urgar en las profundidades de su propio corazón o del corazón del otro; o tal vez son insinceros y proyectan la propia responsabilidad sobre alguien, sobre la serpiente, sobre nuestra madre E v a11. —El creyente de varias religiones encuentra en Satanás y sus diabluras un meca­ nismo para exculpar al buen Dios del mal que en el mundo ocurre, especialmen­ te cuando este es enorme y refinado. Esta figura de Satanás creada en el interior, por una especie de desdo­ blamiento de personalidad, es proyectada fuera y dotada de «personali­ dad» a imagen y semejanza de la persona humana. Por eso, en realidad, Satanás es una creación cultural de la humanidad entera. Lo atestiguan las incontables narraciones míticas, literarias, poéticas, para- y pseudo- religio­ sas de todo el mundo. En el círculo cultural medio-oriental y greco-romano 11. San Agustín, en las Confesiones, desde su experiencia personal, inmediata, no conta­ minada de prejuicios culturales, acierta con el verdadero origen del mal que en el mundo y en el hombre ocurre: el corazón humano, el desgarro existencial de la voluntad en sí misma dividida: Conf. VIII, 8-13; IX, 21; X, 22-24; XI, 27. Y estas dos frases lapidarias: «lusisti, Domine, et sic est, ut poena sua sit omnis inordinatus animus» (íbid., I, 12; 19). Cada hombre que peca «adversus se divisus est, proprio igne crematur» (Enarr. in ps. 47, 19; PL 36, 689). Ya Séneca afirmaba que, aunque a veces el mal tiene éxito, pero ningún crimen queda sin castigo, «quoniam sceleris in scelere supplitium est» (Epist. 97, 14). Parece que no se precisa evocar a Satanás para que, desde otro universo, entre en el planeta tierra para tiranizar a los malos. En el ardor de la polémica antipelagiana Agustín también recurre a Satanás para ponderar la «miseria» humana, pero siempre como fuerza adveniente y subsidiaria. Nunca con el prota­ gonismo que le otorga Sayés al Príncipe de este mundo.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz