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2 1 0 ALEJANDRO VILLALMONTE Cristo ocupa en los decretos divinos que dispone la actual (y ¡única!) histo­ ria de salvación. Dentro de este planteamiento, la dificultad del prof. Sayés, no es ni fácil ni difícil: simplemente no tiene razón de ser7. En su exposición sobre el pecado original en la época actual el prof. Sayés no da voz ni voto a los teólogos católicos negadores de esa doctrina. Una excepción parece insinuarse a favor de A. Villalmonte. Pero creo in­ dispensable hacer alguna matización sobre tal referencia. Según Sayés, nuestra postura negadora del pecado original implicaría afirmar que la Iglesia entera, incluido el Magisterio infalible, se habrían equivocado en su afirmación «de 20 siglos» (p. 292). Recuérdese que, como hemos dicho, una Tradición tan solemne a favor del pecado original no existe en absolu­ to. El Magisterio «infalible», si se expresó en algún momento habría sido en Trento. Sabemos que no lo hizo a ese nivel. Tengo que decir en breve: a) niego el supuesto de que la doctrina del pecado original afecte a la sustancia de la fe, ni que haya sido propuesta en forma «infalible». Como allí mismo se dice, en opinión de A. Villalmonte se trata de un teologúmeno que, como tal viene rodado durante siglos en el cauce de la teología occi­ dental. Por tanto, aunque la Iglesia occidental se hubiere equivocado en dar excesiva importancia y solemnidad a este ‘teologúmeno’ del pecado original, no por ello se habría equivocado en nada decisivo y sustantivo de su mensaje sobre Cristo Salvador. Por otra parte, b) la equivocación y el acierto humanos son algo que viene interna­ mente relativizado por la circunstancia vital toda entera en la que la afirma­ ción se produce. Toda expresión humana de la verdad se encuentra cons­ titutivamente afectada por la correlatividad, historicidad, contextualidad, índole dinámica, evolutiva procesual del hombre en su ser y en su actuar. Por eso, hay que aceptar que el Tridentino tuvo «sus motivos» plausibles para imponer, como lo hizo, la doctrina del pecado original como precep­ tiva: la creyó indispensable para defender la aficacia de la Cruz de Cristo. Pero este hecho no significa que, sin auxilio de la teoría del pecado origi­ nal, la sobreabundancia de la Salvación no quede mejor clarificada. En consecuencia pienso que, si en todo este problema hay una equivocación realmente seria, ésta se encontraría en los teólogos que todavía hoy mismo siguen afirmando que la tesis del pecado original es necesaria para salva­ guardar el dogma de la Redención. Decir esto en 1545, en Trento, vale como una «limitación» en el saber. Decir lo mismo en 1993: Sayés y otros, cabe interpretarlo como un «error» de razonamiento teológico. 7. Ver A. VILLALMONTE, El «Mysterium Christi del Vaticano II en perspectiva eseolista, en Naturaleza y Gracia 13 (1966) 215-268. También J. B. C a r o l , Why Jesús Christ? Manassas/ Virginia, USA 1986.

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