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JUAN DE YEPES Y JUAN DE ZUAZO 189 Otro testigo ocular —Bernardino de Colpetrazzo, 1514-1594— traza su retrato físico y moral en estos términos: «Tenía este siervo de Dios un rostro infantil. Su barba era escasa, negra y nada larga, los ojos negros y devotos y tan alegres que contagiaban de júbilo a cuantos lo miraban. Por muy austero que fuese consigo mismo, era tan amable y piadoso con los demás que, a juicio de muchos, se parecía al padre San Francisco. Aunque muy rara vez se le veía reír, daba, sin embargo, la impresión, de estar sonriendo siempre. De su rostro brotaba cierto resplandor y tal efluvio de gozo que parecía el de un ángel. Tan parco era en hablar que jamás pudo nadie oírle una palabra ociosa; a las que se le dirigían solía responder más con señas que con otras palabras, excepto si se le pedía algún consejo o se discutía de vida espiriutal, casos en que replicaba con voz tan sumisa y humilde que todos quedaban llenos de consuelo»5. La huella más honda que dejó entre los capuchinos, aparte de su géne­ ro de muerte, que hizo de él el protomártir de la Orden, fue la de una serie de visiones o «revelaciones» sobre el porvenir inmediato de la institu­ ción. En los primeros años de su historia, corrió ésta el riesgo de la supre­ sión tras la apostasía y paso a la reforma protestante de su vicario general, el gran predicador Bernardino Occino. El papa la amenazaba con la extin­ ción. En trance tan difícil un superior general de la joven reforma francis­ cana indicó a fray Juan de Zuazo que, en su oración, indagase del Señor sobre el futuro de los capuchinos. La respuesta fue consoladora, y en ella pueden leerse no sólo elementos de una revelación privada, sino la necesi­ dad de una más intensa purificación de toda la Orden. Así, en su tan querido tema de la pobreza, Zuazo se expresaba sin equívocos, yendo a la médula del problema: «Sábete, fray Juan —le dijo Cristo— que la verdadera observancia de la Regla estriba toda en poseer mi auténtico, vivo y puro espíritu, como en ella se escribe: espíritu al que todas las demás cosas deben servir. Te digo más: muchos frailes, sin este espíritu y sin la verdadera humildad y ardiente caridad quieren mostrarse demasiado celantes de la pobreza, haciéndose de ella un ídolo, los cuales no sólo no guardan la pobreza, sino que con aquel celo seco y cruel echan por tierra y confunden la observancia verda­ dera y espiritual de esa Regla; y de ahí que se tornen soberbios, contencio­ sos, inquietos e inestables y, conturbándose dentro de sí, pierden por ente­ ro el tranquilo y pacífico fundamento de la santa y evangélica pobreza y de 5. Bernardinus a COLPETRAZZO, Historia Ordinis Fratrum Minorum Capuccinorum (1525- 1593). Liber secundus: Biographiae selectae. In lucem editus a P. Melchiore a Pobladura, Assisi 1940, 294s.

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