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170 ISIDORO DE VILLAPADIERNA prosiguiendo los otros tres en León, donde fue ordenado sacerdote el 22 de marzo de 1958. Por sus evidentes aptitudes intelectuales en septiembre del mismo año fue enviado al Colegio Internacional de la Orden en Roma para hacer los estudios superiores y alcanzar los grados académicos en la facultad de filo­ sofía de la Pontificia Universidad Gregoriana. Obtenida la licencia y elegi­ do el tema de la tesis doctoral —el capuchino Francisco de Villalpando y la reforma de la filosofía en la España ilustrada del siglo XVIII — regresó a la provincia, en septiembre de 1960, destinado ya de antemano al Colegio de Santa Marta con los cargos de lector, prefecto de estudios y miembro del Consejo Provincial de Estudios. Profesor , formador, ministro provincial En septiembre de 1960 inició sus tareas de profesor de filosofía que durarán 15 años, enseñando lógica, cosmología, historia de la filosofía, esté­ tica, historia del arte y literatura clásica. Al mismo tiempo hizo los cursos de doctorado en la Pontificia Universidad de Salamanca y comenzó la reco­ gida de materiales documentales para su tesis, en archivos y bibliotecas. Una grave enfermedad estuvo a punto de cortar la carrera del joven profesor e investigador. En la primavera de 1962 le fue detectado un tumor maligno en el intestino; aunque operado con éxito, dejó marcado para siempre su organismo, que quedaría fisiológicamente condicionado para toda su vida. Apenas restablecido, el P. Germán volvió a sus tareas de la docencia y de la preparación esmerada de su tesis doctoral. En la distribución de las familias conventuales a raíz del capítulo provincial de 1963 figura, siempre en Santa Marta, como lector y administrador de «Naturaleza y Gracia», la revista del profesorado de la provincia y que se imprimía en Salamanca. En abril de 1964 fue nombrado vicedirector del Colegio de filosofía. En las listas de familias del capítulo de 1966, le encontramos, bajo el nombre de bautismo, Germán Zamora, con los cargos de lector, administrador de la revista e incluso delegado de la Obra Seráfica de Misas, cargo que ya le habían adosado en 1960 y que ciertamente no tenía nada de científico. Temperamentalmente tranquilo y reservado, entusiasta además de su oficio de enseñar y de investigar, parecería destinado a quedar anclado, para toda la vida, en el sosiego recoleto de Santa Marta, o en cualquier otro Colegio mayor. Pero en realidad no era insensible ni ajeno a la reali­ dad que se estaba viviendo en la provincia en la época posconciliar y en el mundo de la joven generación del 68. Para promover la adecuada renova-

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