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82 ANTONIO HEREDIA SORIANO conocer, la experiencia de Dios en todos los ámbitos del conocimiento; la ciencia unida a la conciencia. «Por los caminos de acceso más diversos, convergen todos [los pensamientos y sistemas] hacia algo inefable, que es lo real mismo, o el existente, en el que comulgan. Todos expresan el senti miento de una separación entre la apariencia y lo real, de un más allá de lo observado y de lo observable, de un misterio del cual participa el alma; misterio supremo cuyos designios y leyes ignora, que puede presentir y quizá doblegar, pero que en fin de cuentas deberá aceptar siempre»9. La enseñanza de Chevalier transmitía pues, y alentaba, el sentido de la unidad profunda y esencial de la experiencia intelectual humana en toda su integri dad histórica y expresiva. Pero además, Jacques Chevalier era un buen conocedor del Renaci miento español, de nuestra escolástica humanista y de nuestra mística, valorando la historia intelectual hispana por encima de toda ponderación. Tanto que, según él, una de las vías de solución a la crisis del mundo moderno, cuya causa le parecía de índole espiritual, estaba en el restableci miento o recuperación de dicha historia a la altura de nuestro tiempo. Su figura era, en palabras del propio Chevalier, la del «humanismo integral»; la de aquella manera de proceder en filosofía que consiste en pensarlo todo en Dios. Sólo así, decía, podrá el hombre encontrarse a sí mismo, al mundo y a los otros hombres. «Este pensamiento, que es fuente inextingui ble de luz y de espiritualidad, no es otra cosa que la expresión de un humanismo cuyas reglas dio el siglo de oro español y cuyo abandono por el pensamiento moderno ha sido funesto»10. Ponía asimismo de relieve ante sus discípulos lo armónico de aquel esfuerzo cultural hispánico; su enorme potencia especulativa y práctica, capaz de satisfacer las más riguro sas exigencias de no pocos metafísicos de nuestro tiempo. Más aún, llegó a escribir algunos años después de la segunda guerra mundial: «Para volver a encontrar el equilibrio perdido, no hay más que un camino: es necesario retornar a los principios de los grandes doctores de la Edad Media, princi pios a los que los teólogos españoles de la Edad de Oro dieron su forma definitiva, echando las bases de la fraternidad de los pueblos y de la paz en la humanidad, fundada en el respeto y el amor al Autor del derecho vivo y de la ley eterna, el Creador D ios»11. 9. Ibid., XVIII-XIX. 10. Id., D u role de la pensée espagnole dans la restauration de l’humanisme integral , en Congreso Internacional de Filosofía. Barcelona, 4-10 octubre 1948. Con motivo del centenario de los fiósofos F. Suárez y J. Balmes. Actas III. Madrid, Instituto «Luis Vives» de Filosofía 1949, 357-364. Texto citado en p. 361. 11. Id., o . c.y en nota 3, t. II. Madrid, Aguilar 1967, 2.a ed., 646-647.
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