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42 ISABEL LOPEZ RUIZ por su parte Ludwig Feuerbach intentaba hacer del hombre «el objeto universal de la Filosofía» y Unamuno nos dirá que cada hombre es un universo3. La filosofía como ciencia no es otra cosa que un conjunto de proposi­ ciones surgidas de una experiencia concreta, la de nuestra historia cultural determinada y que da por supuesta la intencionalidad del sujeto que lleva a efecto esas proposiciones. En tanto que producto cultural es resultado de la acción humana y encuentra en la misma estructura humana su propio fundamento. El hombre posee, por naturaleza, una «tendencia al saber», esto nos da pie a considerar que la esencia de la filosofía no se halla en el contenido, objetivo de la misma, sino en su proceso. Pensamos que la experiencia filosófica puede entenderse de dos formas: — Una pasiva en cuanto que la filosofía no representa más que un conjunto de tesis a «aprender» en el marco de unos estudios aca­ démicos y que con frecuencia suelen estar desarraigados del mundo circundante. — Otro tipo de experiencia filosófica es la que podríamos denominar como activa, aquí, como señaló Ortega, la filosofía no tiene otra tarea que la de justificarse a sí misma en el proceso de la razón en su comprensión de la realidad. Tanto la estática como la dinámica, son dos formas de experiencia filosófica que tienen un fuerte antropológico, es el hombre quien hace posible todo ello. La filosofía aparece como quehacer, indagación, búsque­ da y actividad en orden a esclarecer cuanto le rodea. Podría decirse en este sentido, que la misión de la filosofía no sería otra que la de tratar de explicar los enigmas de la naturaleza, sin embargo, eso sería bastante erró­ neo. El sentido enigmático de la naturaleza no radica tanto en ella misma como en nuestra peculiar forma de acceder a ella. La naturaleza en sí no tiene enigmas, ella se muestra tal cual es. Es la estructura humana la que manifiesta ocultaciones en nuestro trato con el mundo. De ahí que se haga necesaria una aclaración del propio sujeto filosofante, posibilitador de la relación misma que es el filosofar. El sentido antropológico de las cosas se halla en esa pregunta que nos hace­ mos acerca de su ser. La realidad que nos circunda nos instiga a preguntar­ nos sobre la realidad, no a preguntarle a la realidad misma. Es decir, la naturaleza no responde a nuestra pregunta, somos nosotros los que responde­ mos a la pregunta que nos formulamos acerca de la naturaleza. 3. M. A. Q u in ta n illa , Diccionario de Filosofía Contemporánea , Salamanca, Sígueme 1976.

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