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FUNDAMENTACION ANTROPOLOGICA DEL OBJETO FILOSOFICO 53 doctores (de la Iglesia), al no enseñar ciertas cosas al creyente implícito, han acabado por no saberlas y por ser ignorantes como é l» 26. A diferencia pues de lo que suele hacer el irracionalismo corriente, que repudia la razón en favor de cualquier otra potencia, y cae en la contradic­ ción de argumentar contra la razón y en favor de lo irracional, Unamuno afirma decididamente el conflicto, y en lugar de buscar una escapatoria se instala definitivamente en él. Eliminar cualquiera de los términos del con­ flicto significa eliminar al existente, caer en una abstracción más, aunque sea la del sentimiento. Para Unamuno no tiene sentido hablar de un hombre que existe autén­ ticamente a menos que viva también tráficamente, y no tiene mucho más sentido decir que vive trágicamente si su vida no está continuamente desga­ rrada por la lucha entre la voluntad de ser y la sospecha de que se puede dejar de ser. El hombre de carne y hueso lucha por serlo «todo en todo», necesita expandir su infinita personalidad, pero sin que ésta deje de ser lo que es, ya que a la vez batalla por mantenerse dentro de los límites de su unidad personal: «La individualidad es, si puedo así expresarme, el continente y la personalidad, el contenido... mi personalidad es mi comprensión, lo que comprendo y encierro en mí —y me es de una cierta manera todo el Universo— y mi individualidad es mi extensión: lo uno, lo infinito mío, y lo otro, mi finito»27. En el siguiente epígrafe trataremos cómo la crisis que pasó en 1897 tuvo gran importancia en la formación de su pensamiento y que a partir de ella había un poso inquietante en el alma de Unamuno, si bien es verdad, no se enfrentaría con él hasta casi al final de su vida: la idea de que la personalidad externa, lo que uno es tal como aparece visto desde fuera, acaba por ahogar lo más entrañable y verdadero del ser. Unamuno distingue entre la fe viva —que es el vivo anhelo de fe— y la pasiva del carbonero —la que se deriva solamente de la razón y de la tradición—, queriendo indicar que la suya es superior, que vale más su anhelo que la fe muerta de otros. Pero casi nunca tenía en cuenta que pudiera haber una fe que no fuese implícita, y tampoco la de los teólogos racionalistas, y que fuese algo más que anhelo, es decir, verdadera fe viva. Fe que supone la existencia de Dios fuera y por encima de nosotros, y no sólo dentro de nuestro corazón; y en la realidad de ese Dios que anhelaba era en lo que, en verdad, Unamuno no había podido creer y no creía. 26. M. U nam un o , Agonía del cristianismo. Ensayos , Tomo I, IX, 1.013. 27. Del sentimiento trágico de la vida , VIII, 890.

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