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52 ISABEL LOPEZ RUIZ Como resultado de todo esto observamos que en el mundo que Una- muno nos propone no hay lugar para ninguna armonía final, y menos aún para ninguna identidad ya que en su opinión equivaldría a la muerte «la identidad, que es la muerte, es la aspiración del intelecto»20. La filosofía no surge de la razón pura, sino del hombre en su totalidad, del hombre concreto, en el que el elemento más importante no es la inteli gencia, sino sus necesidades, sus sentimientos y pasiones, porque en ello está en juego nuestra existencia. Refiriéndose a la suprema preocupación de la filosofía manifiesta: —y esta suprema preocupación no puede ser puramente racional, tiene que ser afectiva—. No basta pensar, hay que sentir nuestro destino21. De manera que nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o de no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma22. El punto de partida pragmático adoptado por Unamuno es tan radical que ha sido a menudo mal comprendido. Tanto insistió en el primado de lo concreto sobre lo abstracto —las ideas y la razón— que puede pensarse que lo abstracto debe ser destruido fulminantemente. Pero ello no es cierto porque en él hay también una valorización o revalorización existencial de la razón: «La razón ataca, y la fe, que no se siente sin ella segura, tiene que pactar con ella»23; «fe, vida y razón se necesitan mutuamente»24. Su antirracionalismo, más que una toma de posición contra la razón misma, es en el fondo lucha contra la pereza espiritual, contra el dogma tismo que tiene ya soluciones hechas y que se preocupa sólo por fijar lo muerto. Como observa Meyer25 no se trata de total entrega a una intuición irracional o a un fideísmo libre de todo control de pensamiento: sino de una lucha por racionalizar la fe y al propio tiempo por infundir fe a la razón, de un intento por mantener la tensión dinámica entre ambas. Una fe que no se acompañe de razón acaba en el embrutecimiento: «y los 20. Ibid., V, 810. 21. Ibid., 1,742-43. 22. Ibid., 730-31. 23. Ibid.t IV, 795. 24. Ibid., VI, 829. 25. F. MEYER, El personaje imaginario en Unamuno y Pirandello , en Bulletin Societé Philosophie Bordeaux , n.° 810, c. p. 115.
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