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8 SANTOS SABUGAL La vida cristiana, iniciada con el don de la justificación o paso del pecado a la comunión con Dios y culminada en la salvación, se fundamenta en la cristológica fe anastásica así como en la cristológica confesión pascual. Pues el cristiano es esencialmente un creyente y un confesor. Quien oralmen te confiesa —privada (= en el culto) y públicamente (= ante los hom bres)— el único, supremo y universal señorío de Jesús; por creer aquél o apoyar su existencia en el salvífico poder anastasiante de Dios, desplegado al «resucitarle de entre los muertos» y haberle dado con ello el inaugural y definitivo triunfo sobre la muerte. Sólo aquella anastasiológica confesión oral garantiza, pues, la salvación al previamente justificado por la interior y arraigada (= «en el corazón») f e en Quien «resucitó» corporalmente a Jesús, por ser el «Dios que resucita a los muertos»5 . Una fe, por lo demás, semejan te a la de Abraham. Justificado, en efecto, éste por haber creído en el Dios que anastásicamente vivifica a los muertos y es capaz, por tanto, de cumplir su promesa» o hacer de él —anciano y sexualmente muerto— vitalmente fecundo en numerosa «posteridad» o «padre de muchos pueblos»6. Esa misma fe anastásica —precisa Pablo— justifica también cuantos creen «en Aquél, que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro » o a su mesiá- nico Siervo , previamente por El «entregado por nuestros pecados» y, luego, también por El resucitado para nuestra justificación1'. ¡Para hacer de peca dores a justos o donar gratuitamente la comunión con El a cuantos se apoyen en (= crean) su poder anastásicamente salvífico! b) Mediante ese don, por lo demás, realizó Dios «con los creyentes» aquella «grandeza extraordinaria de su poder» anastasizante, desplegado «en Cristo al resucitarle de entre muertos », pues por «la fe» anastásica «en esta acción» divina hemos sido resucitados con El o pascualmente traslada dos de la muerte espiritual (Cfr. Rm 6, 23) a la vida de la comunión con 5. Rm 10, 9b; 2 Cor 1, 19. 6. Rm 4, 17-22 = Gén 15, 5-17, 17. 7. Rm 4, 24-25 (= Is 53, 6. 10-12). Para su análisis, cfr.: J. M. GONZÁLEZ, Muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (Rm 4, 25): «Studia bíblica et orienta- lia», II (AB 11), Roma 1959, 269-90; M. D. S tan ley , o. c., 171-73; J. Jerem ías, Abba, 200, 206; H. PATSCH, Zum alttestamentlichen Hintergrund vom Rom 4, 25 und 1 Pe 2, 24: ZNW 60 (1969) 273-79: 274-78; K. WENGST, o . c ., 101-3; S. V idal, o . c ., 187-204 (bibliogr.); Ph. PERKINS, o . c ., 219s. Casi todos esos autores explican con razón Rm 4, 25 a la luz del citado vaticinio sobre la «entrega» o muerte expiatoria (y. 25a = Is 53, 6.12) y resurrección del mesiánico Siervo «justificador de todos» (25b = Is 53, 10-11). Así también otros autores (J. A. Ropes, The influence ofSecond Isaiah on the Epistles, JBL 48 [1929] 37-39: 38s; W. WOLF, Jesaja 53 im Urchristentum , Berlín 1950, 95; E. KáSEMANN, An die Romer, Tübingen 21974, 121; P. G re lo t, Les Poémes du Serviteur [4d 103], París 1981, 145; S. V idal, o. c.} 201). Sobre el preanuncio anastasiológico del «Siervo» mesiánico (Is 53, 10-11), Cfr. S. SABUGAL, La fe de Israel en la resurrección de los muertos : Rev.Ag. 29 (1988) 69-128: 98-100.
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