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290 SOLEDAD ANAYA MARTINEZ La opinión del autor sobre la literatura de la época emerge, con clari­ dad, del siguiente párrafo: «La letteratura è morta, non ha ragione d’essere. Eccoli qua i libri d’oggi: Rivo­ luzione, Diario di guerra, Squadrismo. Ecco il lascito letterario di una generazione che di letteratura non ebbe il tempo di farne, beata lei»84. Ahora lo sabemos: todo autor constituye, o es parte de un sistema. El nuestro, por aquellos días, que no después, sentía como un deber adecuar­ se a las ideas y a las ideas y a las normas dictadas por el partido, en materia literaria, evitando la vigilante censura. Una literatura, pues, instrumento propagandístico de la causa fascista. Una literatura desdeñosa de la «bella pagina», atenta únicamente a eviden­ ciar los valores épicos de la revolución, de la guerra, de la prepotencia de «gli squadristi armati» que no pueden perder el tiempo en otra cosa que no sea la epopeya de la era fascista. Y es, casi, una epopeya la última parte de Primo tempo, donde la re­ tórica está en función del argumento: «Mussolini, perdio, questo meraviglioso uomo del mistero e della potenza! Numi gli altri (Marx, Lennin, Stalin Bergson, Eistein e James); Lui, un gigante»85. Aquí el autor exagera. No sólo establece un parangón, a todas luces absurdo, sino que no duda en escribir esa mayúscula, Lui, con la que el pronombre, referido a Mussolini, adquiere unas dimensiones «abnormes», casi deificándolo. Y como a una deidad se le dirigen plegarias para impe­ trar su protección, también al Duce se le invoca en Primo tempo. Notemos el dramatismo de las citas que siguen: «Mussolini. E ’ un nuovo mondo, una nuova atmosfera quella in cui oggi si vive... Oh, Mussolini! Fa’ che anche noi possiamo bruciarci un poco a questa tua fiamma, noi che siamo giunti a incendio spento...»86. «Noi vogliamo un’idea cosmica. Mussolini, questo è il tuo momento e il tuo compito»87. La imagen de Benito Mussolini, a caballo, se yergue sobre las últimas escenas como la efigie de un dios guerrero. En una sala de reuniones: «Alto sulla parete domina il ritratto dell’Uomo (nótese la mayúscula) che tutti adorano, pel quale tutti son pronti a morire; è levato sulle staffe del cavallo, è proteso a guardare»88. 83. Cfr. Ibid., 141. 84. Ibid., 33. 85. Ibid., 83. 86. Ibid., 93. 87. Ibid, 104. 88. Ibid, 179.

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