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25 2 RAUL FORNET-BETANCOURT en su lugar y liberada de la carga de tener que cumplir el papel de referen­ cia absoluta para el quehacer filosófico en cualquier tiempo y lugar del mundo. Se le descarga, pues, de su papel de encarnación de la verdad filosófica. Esa tradición, como ninguna otra tradición filosófica, no puede ni debe ser confundida con toda la historia de la verdad en filosofía. Por­ que, además de que no basta con que algo sea tradicional para que sea ya verdadero, esa tradición, como toda tradición, es fragmentaria. La tradi­ ción puede acumular, fijar, codificar lo fundamental de una cultura; pero no logra jamás romper la fragmentariedad de esa cultura. Toda tradición cultural es tan incompleta como la cultura que en ella deja su memoria. Desde nuestro «punto de vista» no se anula ni se niega el valor de la tradición filosófica; pero sí que se abre la posibilidad de mantener una relación más libre con ella, menos hipotecada por la necesidad de orientar­ se sólo en ella. Pues confesando su inculturación apunta hacia un espacio cultural con suficiente conciencia de autonomía de pensamiento como para que se pueda experimentar en su ambiente uno de aquellos puntos en los que, el tratamiento adecuado del problema mismo, hace impostergable la urgencia de «oponerse radicalmente a toda la tradición filosófica»4, según decía Ortega. Otro punto conflictivo implicado en nuestra opción por un «punto de vista» inculturado, y que no debe ser silenciado porque en la argumenta­ ción de muchos críticos es justamente la objeción central, es la supuesta particularización o regionalización de la razón que se opera en semejante perspectiva. Concedamos, pues, y eso que nos parece mucho conceder, que el quehacer filosófico, de una forma o de otra, siempre ha tenido y seguirá teniendo que ver con esa instancia tribunalicia que se llama razón. Y dejemos entonces que se nos formule esta objeción: la filosofía latinoa­ mericana, si es filosofía, tendrá que ver de alguna forma con la razón, y en este sentido es cuestionable desde un criterio filosófico objetivo, es más, desde el criterio filosófico por excelencia. Lo que equivale a decir que el recurso a la perspectiva inculturada sería superfluo; y falso, por cuanto que deformaría la universalidad de la razón. Creemos que las cosas son algo más complejas. Por lo pronto, hay que tomar en serio eso de que la filosofía de alguna manera tiene que ver con la razón. Pues precisamente se trata de aclarar de qué forma tiene que ver la filosofía con la razón. Y esto es decisivo porque según sea esa forma, así será la forma que tome la razón en esa filosofía. Por eso la razón nos sale 4. José ORTEGA Y GaSSET, «Ensimismamiento y alteración», en Obras Completas, tomo 5, Madrid 1983, 304.

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