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250 RAUL FORNET-BETANCOURT esta idea o, mejor dicho, aplicándola al tema que nos ocupa, hemos de decir que partimos de un «punto de vista» que sabe de una visión o pers­ pectiva en el sentido de una perspectiva que está inserta en un contexto histórico-cultural determinado. Y precisamente por tratarse, en concreto, de un «punto de vista» que busca aclarar el status filosófico de una filosofía determinada, la latinoamericana, sabe que su hipoteca es la de asumir en su cuestionamiento el ambiente de esa filosofía. Ahora damos un poco más y afirmamos: El ambiente natural de cual­ quier filosofía original y auténtica —en el sentido de diálogo con la cir­ cunstancia— , el ambiente en que (la) filosofía cuaja como pensamiento que se sabe estando en su elemento es eso que se llama cultura. Por eso identificamos la hipoteca de facticidad de nuestro «punto de vista» como una hipoteca cultural. Lo cual significa que, para preguntar por la filosofía latinoamericana, optamos aquí por un «punto de vista» o «desde donde» que, insertado en el mismo horizonte de vida y de pensamiento en el que se mueve dicha filosofía nos permite cuestionarla desde dentro, sin la vio­ lencia de la pregunta formulada desde paradigmas mentales ajenos, facili­ tándonos de este modo el adentrarnos comprensivamente en sus peculiari­ dades constitutivas. A esta luz se comprende que rechazamos aquella perspectiva pretendi­ damente universal porque, con su abstracto principio de filosofía en cuanto tal, la universalidad filosófica presupuesta en ella connota, en realidad, no universalidad, sino indeterminada, pues su formalización conceptual res­ ponde a las regularidades identificativas del llamado espíritu europeo. O sea que optamos por una perspectiva en la que la universalidad filosófica aparece como un programa orientador, pero no como una idea paradigmá­ tica a la que debamos ajustar la realidad plural de las filosofías. Es desde esta realidad plural desde donde tenemos que pensar ese programa de universalidad, y no a la inversa; sí es que queremos, claro está, llegar a una universalidad concreta e histórica que, en lugar de ser el simple y engañoso resultado de un proceso de agresiva abstracción y reducción, sea verdade­ ramente un ambiente ecuménico conquistado a base de dolorosos y siempre renovados esfuerzos de comunicación inter-trans-cultural. Mas, hoy estamos todavía muy lejos de haber cumplido ese programa. Y lo que es peor aún: la situación histórica actual parece indicar que ni siquiera estamos preparados para llevar a cabo un programa semejante. Por eso, mientras no estemos en ese ambiente en el que cada cultura sentirá relativizado su elemento u horizonte, en el que cada cultura experimentará sus limitaciones fundamentales, se descentrará y se comunicará a propios y a extraños como un fragmento incapaz de arrogarse la capacidad de

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