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248 RAUL FORNET-BETANCOURT hasta el momento hemos preferido dejar indefinida designándola sólo como «cierta perspectiva», se debe sobre todo al hecho de que explícita o implícitamente en esa perspectiva se opera con un saber que, en recurso indudablemente bastante indiferenciado a la llamada tradición filosófica occidental —cuestión en la que aquí no podemos detenernos—, cree saber qué cosa es y debe ser eso que se llama filosofía. O sea que, para decirlo en otros términos, porque se parte de una definición heredada, y, por tradicional, considerada como bastante segura, la pregunta por la filosofía latinoamericana desde esta perspectiva hace violencia a lo preguntado mis­ mo, ya que pregunta por ello no tanto para encontrarlo como para confir­ mar su propia seguridad. En verdad, se pregunta para saber si eso que se llama filosofía latinoamericana satisface la definición presupuesta como cri­ terio de discernimiento o no. Desde esta perspectiva, que queremos deno­ minar ahora como la perspectiva que se orienta en una concepción euro- céntrica de la filosofía, es lógico entonces que el concepto mismo de «filo­ sofía latinoamericana» sea más que problemático, porque con él, es decir, con su afirmación como expresión de un programa filosófico, se estaría contrariando la definición tenida por canónica. Por eso lo que realmente se busca es descalificar de antemano el proyecto negándole dignidad filosó­ fica. Y lo que acaso más azora es la serena seguridad con que se postula que esa filosofía no es, en verdad, filosofía porque simplemente no se adecúa a la forma prescrita en la definición canónica. Pero ¿por qué nos negamos a transitar ese camino? Porque, como se ha evidenciado en lo anterior, en esa perspectiva late una concepción de la filosofía según la cual habría algo así como filosofía en cuanto tal, filosofía pura, desencarnada y ayuna de contenidos culturales, lingüísticos, contex­ túales, etc., forma pura de filosofía ésta que coincidiría sin embargo curio­ samente con la forma mentís que se ha ido imponiendo como central en un ámbito cultural determinado: el europeo. Negamos entonces el principio implícito de esa perspectiva, a saber, que haya una filosofía en cuanto tal cuya definición nos pueda servir para decidir la pregunta de si una filosofía es filosofía o no. Y debe quedar claro que nuestra negación no es sino una consecuencia del controvertido carácter que este principio ha tenido siempre dentro incluso de la tradición filosófica europea. No es, pues, necesario, para negarlo, superar el horizonte europeo. Recordemos a Heidegger que en su confrontación con la historia de la filosofía europea se deja guiar más bien por el principio contrario de reconocer la interna necesidad de cada filoso­ fía: «Uns fehlt nicht nur jeder MaíSstab, der es erlaubte, die Vollkom- menheit einer Epoche der Metaphysik gegen eine andere abzuschátzen.

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