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236 MIGUEL LLUCH-BAIXAULI hacia la analogía del ser. Las determinaciones metafísicas de la criatura no nos dan un reflejo inmediato de lo divino, sino sólo nos dejan entrever la impronta de Dios, que cada criatura recibe junto con el ser. Así, el punto de partida del pensamiento de la escuela de Alejandro, considera un mundo creado, que depende absolutamente de su creador. La «Prima partis secundi libri» trata: de la criatura en general («inquisitio prima»), de los ángeles («inquisitio secunda»), de la criatura corporal («in quisitio tertia») y del hombre (inquisitio quarta). Se trata, por tanto, de una obra creada que, en su nivel ontologico propio, es perfecta. A un hombre del siglo XX le cuesta imaginar como podía concebir el mundo y la vida un hombre del siglo XIII. Por eso, conviene recordar que el mundo, tal como se lo representaban los autores de la «Summa Halen- sis», es un universo perfecto (porque es obra de la Perfección Suma), es también, en cierto modo, inmutable (porque todos los seres han recibido una naturaleza ontologica estable) y, finalmente, este universo está jerárqui camente ordenado por su creador, con el hombre como centro. Al final de la primera «inquisitio» se cuestionan si la perfección del mundo exige la existencia de un alma del mundo. En concreto, se plantean si toda la naturaleza creada constituye una especie de animal gigantesco, con vida propia. Esto podría entenderse en dos sentidos: que el mundo fuera un animal, lo que exigiría para su perfección un alma propia, o bien, que Dios mismo animara el mundo constituyendo la virtud divina el alma del mundo. Las razones que se presentan en este capítulo20, como favorables a la primera explicación de un universo animado, eran cuestiones muy queridas del pensamiento filosófico pagano. Es la noción del ser vivo individual en tendido como un microcosmos perfecto, que exige tener un alma propia, racional en el caso del hombre. De aquí, algunos filósofos concluían («dixe- runt enim quidam philosophi») que el universo es un megacosmos, puesto que también es algo acabado y perfecto. En ese caso, el mundo exigiría para su perfección, la existencia de una «anima mundi». Los autores de la «Summa» tomaron de san Agustín el argumento de autoridad contra la noción de un universo animal. Concluyeron que la perfección del mundo no exige la posesión de un alma, puesto que el mundo no es un animal. 20. Cfr. Summa Theologica , Prima partis secundi libri, inquis. I, tract. II, quaest. V, cap. IV, n. 96: «Utrum anima mundi sit perfectio universi. Quarto quaeritur in quo consistit perfectio universi, utrum illud sit anima mundi: Dixerunt enim quidam philosophi quod microcosmus suam habebat perfectionem et illud fuit anima rationalis, megacosmus suam habebat perfectionem et illud erat anima mundi»... (Citas de san Agustín)... «Ex quo accipitur quod mundus non est animai nec perfectio eius est anima».
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