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242 MIGUEL LLUCH-BAIXAULI La cuestión viene planteada más adelante, en el capítulo II de este primer miembro que estamos comentando. Cuando trataron de los anima­ les pequeños («minutissimis animantibus»)33. En ese lugar se preguntaron por qué Dios creó, tanto en el agua como en la tierra, muchos animales no necesarios para el hombre e, incluso, «perniciosa et immunda». También concluyeron en la bondad original de todos los animales, aunque, como vamos a ver, lo hicieron argumentando de un modo diferente que en el caso de las plantas. En efecto, afirmaron en la «solutio» que todas las cosas son hermosas para su Fundador y Artífice, que las gobierna y domina con «suma lege». Señalaron aquí que el problema de la maldad de algunas criaturas es, más bien, un defecto de apreciación por parte del hombre. Ese error de apre­ ciación, dicen, se puede comparar a la situación del hombre inexperto («imperitus») que entra en un lugar de trabajo desconocido para él. Allí, ve muchos instrumentos cuyas causas y sentido ignora. En el caso de que este hombre fuera muy necio («si multum est insipiens»), pensaría que todas estas cosas son superfluas («superflua putat»). Más aún, continúan, si el incauto se hiriera con alguno de estos instrumentos que desconoce, lo estimaría peligroso y malo, pero esto sólo por su falta de conocimientos, no porque realmente lo fuera. Cuando el autor se enterara, concluyen, se reiría de su estupidez, no haría caso de sus protestas («verba inepta») y lo haría salir de su taller. Esta explicación parabólica nos parece de gran interés. En primer lugar, hay aquí una defensa de la bondad ontologica de todo lo creado. Todas las criaturas son buenas, aunque nuestra ignorancia y mal uso de ellas nos pueda presentar lo bueno como malo. El juicio parcial del hom­ bre queda reducido, con frecuencia, a los límites de su subjetividad. De hecho, continúan afirmando más adelante, hay hombres tan estúpidos que, desde su ignorancia, pretenden vituperar al autor del mundo (que no es el hombre), y creen que lo que a ellos les parece es la verdad. En realidad sus juicios son el resultado de una costumbre, de unos hábitos que bien podrían estar equivocados. Estas observaciones de tipo polémi­ co que hicieron los autores de la Summa podrían referirse indirectamente al error neomaniqueo, que los cátaros habían resucitado en la cristiandad occidental. En cualquier caso, estas afirmaciones que acabamos de co­ mentar no están lejos del espíritu del «Canto de las criaturas» de san Francisco. 33. Cfr. Summa Theologica , inquis. Ili, tract. II, quaest. Ili, tit. III, membrum I, cap. II, n. 297, 359.

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