PS_NyG_1992v039n002p0215_0230

SOBRE LA CONCEPCION KANTIANO-POPPERIANA DE LA CIENCIA 223 Puede que haya un mundo de acciones libres e incluso sentirme libre, pero no me es dado comprender una tal acción, porque analizada causal­ mente es incomprensible. Ningún argumento científico puede probar que sean «ilusorias» mi vivencia de la libertad y de la obligación moral. La ciencia tiene como objeto lo que es; la moral, lo que debe ser y hay que hacer que sea; el arte, lo que pudiera o debiera haber sido; la religión lo que debería ser y esperamos que sea. Síguese de ahí que la razón que se ocupa de la esfera de los imperativos , esto es, la razón en su uso práctico puede proceder tranquilamente con total autonomía, pues lo que queda demostrado en la dialéctica trascenden­ tal es que la razón que se ocupa de los indicativos, esto es, la razón en el uso especulativo, no es competente para pronunciarse sobre los supuestos objetos postulados por la esfera de los imperativos. La razón es una sola, pero la separación de esferas a las que se aplica, es la que la bifurca en razón pura y razón práctica. Puede el moralista dedicarse a fundamentar su ámbito de estudio, sin tener que ocuparse para nada de la «ciencia», ya que las matemáticas y la física son incompetentes, por su objeto, para intrometerse en el campo moral; y el otro saber, que podría ser competente, la metafísica especial, resulta que es imposible como ciencia. Por otra parte, a los Swedemborg y demás visionarios, tan ávidos de saber los misterios del otro mundo, ya se sabe la recomendación que Kant va a hacerles: Tened paciencia, amigos, hasta que lleguéis a aquel reino; que, pues es de suponer que vuestra suerte allá dependerá de vuestro comportamiento aquí, lo mejor que podéis hacer es seguir la consigna final del honrado Cándido de Voltaire: «Cuidemos nuestra felicidad, y vayamos a cultivar el huerto». Kant, frente a Hume quería dejar la ciencia a cubierto del escepticismo, la moral a cubierto de la falacia naturalista, y que la religión natural fuera irreductible a historia natural de la religión. Para ello se esfuerza en mos­ trar la irreductibilidad de la ciencia a impresiones y de la moral a senti­ mientos. Hay para Kant, en primer lugar, la lógica «donde la razón en sí misma se ocupa»; al otro extremo se halla el conocimiento ordinario, simples opiniones o juicios de percepción sobre cuanto en mí o a mí se presenta meramente ocurriendo. En medio están, por un lado, las matemáticas, que revelan relaciones necesarias en el espacio puro y en la pura temporalidad: por otro lado la física, que no hacía mucho tiempo aún que había experimentado la «prove­ chosa revolución de su método», convirtiéndose en física matemática y

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz