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222 MAXIMILIANO FARTOS MARTINEZ percepción, y no meras condiciones empíricas, como pudieran serlo para la visión y la audición, las gafas o el auricular respectivamente. Lo propio ocurre con la causalidad (y otras categorías) en el orden del pensamiento. No me es posible pensar un fenómeno sin indagar su causa. Se le puede conceder perfectamente a Hume que su Adám, por no estar acostumbrado , en nada se extrañara de que una vez sin calor se dilataran los cuerpos o con calor no se dilataran y a la siguiente ocurriera lo que los experimenta­ dos saben, pero indefectiblemente buscaría la causa de la dilatación de los cuerpos, y de tal modo que, si después de haberla encontrado y comproba­ do, no obstante en un determinado momento dejara de cumplirse, se aprestaría a buscar una nueva causa explicativa del fenómeno. Concedería, pues, Kant que la crítica humeana, si bien puede alcanzar a las especifica­ ciones o concreciones del principio de causalidad, en ningún caso alcanza a la misma ley general de causalidad, porque se trata de una ley ínsita en mi mente, no adquirida por acostumbramiento, sino poseída a priori , lo que implica que incluso la cabeza del Adám del experimento funcione así. A la manera como el daltonico no puede diferenciar los colores, el hombre no puede entender de otra forma que no sea causalmente. Si de repente el mundo «se volviera loco», al punto indagaríamos la causa de su locura. Citemos de nuevo a Cottingham (o. c.y 108-109) incluyendo su resumen de la prueba kantiana de que todos los cambios suceden de acuerdo con la ley de causalidad: «Cuando percibo un objeto (p. ej., una casa), el orden de mis percepciones puede invertirse: primero observo el techo, y luego la base, pero también puedo observar estos elementos en un orden distintos. Sin embargo cuando percibo un acontecimiento (p. ej. una barca que navega por el río), las apariencias externas no se pueden invertir de este modo: tengo que experimentar los diversos ele­ mentos en un orden determinado. Ahora bien, este orden no es subjetivo: le pertenece a las propias apariencias, y no a mi forma de aprehenderlas. Por lo tanto, al percibir un acontecimiento, existe siempre una regla que convierte en necesario el orden de las percepciones. Según Kant, esto implica que hay algún error en la explicación causal que formula Hume. Desde el punto de vista de Hume, a través de una reiterada observación de B a continuación de A, descu­ brimos una regularidad que da origen a nuestra noción de causalidad. Sin em­ bargo, de acuerdo con el argumento de Kant ni siquiera estamos en condiciones de reconocer que el conjunto «A, entonces B» es, antes que nada, un aconteci­ miento, a no ser que exista una regla que convierta en necesario un determinado orden —no modificable— de nuestras percepciones. En resumen, la experiencia misma de un acontecimiento externo ya está presuponiendo una comprensión de la necesidad causal».

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