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220 MAXIMILIANO FARTOS MARTINEZ mediante una constante repetición, a esperar comida cada vez que suena un timbre). Independientemente de la frecuencia con que los hechos A estén segui­ dos por los hechos B, no siempre afirmamos automáticamente que A causa a B; apelando a un célebre ejemplo, si dos relojes marchan siempre al unísono, de modo que cada vez que el reloj A hace tic, el reloj B también hace tic, ni siquiera después de un billón de repeticiones de este hecho estaríamos en condi­ ciones de afirmar que el tic del reloj A causa el tic del reloj B. Para que infiera un nexo causal, normalmente se requiere que los acontecimientos en cuestión se ajusten a un patrón global que sea coherente con el resto de nuestra teoría científica. Por ejemplo, el hecho de que mi coche no arranque puede deberse a que el motor esté frío, porque tal explicación se ajusta a las leyes teóricas de la física y de la química. Sin embargo, el canto de un ruiseñor —por muchas veces que haya precedido a la negativa de mi coche a arrancar— jamás se aceptará como causa de ese fenómeno». Th. Reid decía que con la noción de causa de Hume habría que consi­ derar a la noche como causa del día. En el caso de Kant, pienso, su epistemología viene a equivaler a la que implícitamente estaban siguiendo los físicos mientras se edificaba el sistema newtoniano. La explicitación de las condiciones aprióricas que posibilita­ ban esa nueva física; y también las matemáticas, o por lo menos la geome­ tría clásica euclidiana y la aritmética5. Creo que el científico empieza por tener la capacidad de deshabituarse, recobrando la mirada adánica y, por lo tanto, la capacidad de admirarse , no dando por definitivo, sino considerando nuevo, lo consabido. Esa capa­ cidad de deshabituarse, la sospecha, supone superar las determinaciones del yo empírico (hecho de habituaciones) y remontarse a la perspectiva de un yo trascendental en cuyas estructuras categoriales la naturaleza encaja. Como si aquel recordar platónico, en su afán de recobrar los orígenes consistiera en primera instancia en el olvido, al menos metodológico, de las estipulaciones vigentes en el trillado camino de los mortales. Frente al optimismo leibniziano del ¡Calculemos! (en todos los campos) y al escepticismo radical de Hume (en todos los campos también), había que llevar a la razón ante el tribunal de sí misma. Había que llamarla a juicio, pero no ante el tribunal de la Inquisición o la Autoridad, sino el de sí misma, que, pues estamos en la modernidad, es el único tribunal. Sapere aude\ 5. Explicitación filosófica como mostración de la lógica natural que está siguiendo, pue­ de que inconscientemente el científico (o no tan inconscientemente, sino instuitivamente, pero sin advertencia sistemática). Como, por ejemplo, cuando Lukasiewicz ha explicitado la lógica de enunciados que estaba pre-suponiendo y utilizando Aristóteles intuitivamente al exponer «axiomáticamente» la silogística. O los creadores del Cálculo que procedían intuiti­ vamente y después en el siglo XIX se sacó a la luz la lógica que lo garantizaba.

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