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SOBRE LA CONCEPCION KANTIANO-POPPERIANA DE LA CIENCIA 219 No podía explicar (o explicar aceptablemente): 1. Por qué la lógica (el principio de no contradicción) pone límites a la imaginación. 2. Las matemáticas, aunque sea respetuoso con ellas, cuando su episte mología le fuerza a pensar, como Protágoras, que nunca una tangen te toca a una circunferencia en un solo punto. Cometía el error, dice Kant en Prolg. (p. 58 de Aguilar) de «someter a la experiencia los axiomas de la matemática pura», cosa que dejaba perplejo a Kant viniendo de alguien que denotaba tener «demasiada penetra ción». 3. El choque sistemático , en física, con lo que estamos habituados a ver o inclinados a pensar. Piénsese en el principio de inercia. Nada más contrario a lo siempre visto , y a lo obtenible por asociación habitual. Por eso Aristóteles, que sepamos el primero en entreverlo, lo recha zó al punto como absurdo. Pues en física justamente se trata de suponer lo no dado en impresión. Parece, pues, que Hume procediera como si la naturaleza no gustara de ocultarse o como si, ocultándose, a nosotros no nos fuera posible arran carle ningún secreto (es decir, no saber de ella nada más que lo que se presenta estricta y habitualmente a la vista). Su epistemología sería la sub yacente al que se limitara a pensar rigurosamente sin sobrepasar «el sentido común». Esto lo hizo Aristóteles en biología con algunos resultados que se tienen en pie. Cuando procedió así en física ya sabemos que no pasó de andar a tientas. Aunque Aristóteles como metafísico, una metafísica segu ramente necesaria para (y exigida por) la biología, no dudaba en sobrepa sar lo que de las cosas se veía y tocaba, para descubrir su cara o parte oculta, su interior: la esencia y la sustancia, aquello en lo que inherían (y daba consistencia a) las determinaciones cuantitativas y cualitativas más o menos mudables que el viviente manifiesta. Del propio Hume puede darse por bueno que en no pocos casos lo que inocentemente catalogamos como ciencia es pura y simple creencia y nos muestra el proceso en virtud del cual se ha afianzado en nosotros esa fe. Pero cabe poner en tela de juicio la explicación que propone acerca de la causalidad. Oigamos a J. Cottingham {El racionalismo Barcelona 1987, 101 ): «Si la tesis de Hume fuese correcta, siempre que observásemos una reiterada conjunción entre hechos A y hechos B, no tendríamos ningún reparo en llamar causa A y efecto a B. Sin embargo, las inferencias causales son algo más que las expectativas inducidas automáticamente en los perros de Pavlov (condicionados,
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