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204 JOSE LUIS LARRABE ello, y para el apostolado, la importancia enorme de la Palabra de Dios en el ministerio y vida de los sacerdotes. Orar porque «sin mí nada podéis hacer» dijo el Señor (Jn 15, 5)44. Siendo verdaderas todas estas afirmaciones y estos acentos, sin embar­ go el sínodo parece andar inquieto queriendo buscar el centro mismo de la identidad sacerdotal específica y su espiritualidad propia: «que se defina la naturaleza, el fundamento teológico de esta espiritualidad y los medios de los que el sacerdote diocesano dispone para conseguir la santidad en la línea de su espiritualidad específica. 12. Y nadie duda de que esto ha de hacerse en el contexto de u na eclesiología de comunión. Y enraizado en la teología más honda: que el sacerdote sea hombre de Dios: «la gente desea un sacerdote que sea memo­ ria de Dios» repitieron en el aula sinodal varias intervenciones; «nuestra gente está sedienta de sacerdotes santos y célibes»; «servicio al pueblo sí, evidentemente, pero sin olvidar la dimensión sagrada» dirán otros, todos, insistiendo luego (mejor dicho en este contexto) sobre «la dimensión más profunda del celibato como consagración total a Cristo y a su Reino; que «el candidato a sacerdote tome conciencia del valor cristológico y eclesial del celibato y lo convierta en una dimensión espiritual de la propia existen­ cia sacerdotal». 13. Para que no quede nada en el tintero (que sí queda) algunos obispos hablaron de la necesidad de preparación de los sacerdotes a los medios de comunicación social de tanto relieve e influencia en la sociedad actual. Para bien o para mal. 14. La formación litúrgica de los seminaristas y sacerdotes no ha estado ausente de la preocupación de estos obispos (y de todos de una u otra forma) en el aula sinodal: y es que el sacerdote es presidente de las celebra­ ciones litúrgicas las más de las veces y además ha de ser guía espiritual del pueblo en la oración y participación litúrgica. De la letanía de ejemplos y experiencias necesidad de ir al fondo de la cuestión Lo cierto es que la intervención del Cardenal Ratzinger contribuyó poderosamente, decisivamente, en centrar la cuestión en el fondo o, si se prefiere, en dar con el quid de la cuestión, saber: que el problema de los curas no se puede reducir al tema del celibato o a las consecuencias de la 44. Ratzinger dijo que en esta frase se encuentra toda la potestad y debilidad del sacer­ dote católico {ibid.y 35, col. 1).

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