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170 SATURNINO ARA Nos limitamos a considerar un ministerio tradicional y, generalmente, bien resuelto en las iglesias de los capuchinos: la atención al confesonario, no obstante que también entre estos se haya hecho fuerte la idea del tra­ bajo y activismo. El sacerdote que corre, organiza y dirige, carece de calma para sentarse en un confesonario, escuchar con paciencia y sosiego las preocupaciones ajenas e impartir el perdón, expresión de la gran Miseri­ cordia del Señor. Las iglesias particulares, diocesanas y locales, están necesitadas de sacerdotes que no corran, que renuncien a nuevos ingresos con su trabajo especializado, que sepan retirarse al silencio de su habitación para orar, reflexionar y leer información eclesiástica, que estén dispuestos al diálogo, a la dirección espiritual, a sentarse en el confesonario con paz, calma, serenidad y realizar un trabajo no rentable ni estimado, salvo para el intere­ sado y para quienes entienden las cosas con la sabiduría evangélica. El confesonario requiere operarios que vivan un poco al margen de los encuentros diocesanos, que sean desconocidos y desconocedores, personal­ mente, de aquellos que buscan la absolución, ya sean sacerdotes o laicos, consagrados o no consagrados, sin tener que verse obligados a superar la situación violenta de deber disimular su paso al lado de quien busca el perdón y la orientación en la seguridad que concede el anonimato de una regilla o la franqueza de un diálogo descubierto, pero en el despacho con­ fesional. La urgencia así como la evidencia son, por igual, contrarios a las horas de calma, paz, aguante, discreción y anonimato que requiere el ministerio de los sacerdotes que se dedican al diálogo, tú a tú, y a la absolución, en nombre de Dios, y en razón de su experiencia y vivencia de los rasgos de Cristo que son la acogida y el perdón. Así se entiende que se vuelva a valorar esta actividad apostólico-sacerdotal. 2.4. Las obras propias Después de una visita y encuentro con religiosos de una jurisdicción capuchina americana, redactaba mis impresiones, donde recogía con cierto pesar la actitud de los mismos, dispuestos a abandonar casas, donde se ejercitan la misión y obras propias, y a buscar lugares y aceptar los servi­ cios pedidos por el Obispo. Me comprometía a hacer comprender a los religiosos que nuestras casas así como las obras propias garantizan un origen y un patrimonio espiritual, es decir, un servicio carismàtico a la Iglesia, no digo mejor, distinto, y permiten realizar la propia vocación del grupo.

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