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84 LUIS RODRIGUEZ CHILAN como lugar teológico; el martirio como consecuencia de la praxis del segui­ miento del Jesús histórico. El punto culminante de la historia salvífica es Cristo, y el hecho neurál­ gico de esta historia, es el hecho de la cruz. Esto quiere decir que todo lo que Dios nos ha revelado sobre él, sobre la historia y sobre el hombre pasa por la cruz. La crux probat omnia como diría Lutero. O citando a san Juan de la Cruz, que sigue más de cerca esta línea de cristocentrismo místico bonaventuriano, diremos que no se puede penetrar en el espesor de Dios si antes no se penetra en el espesor de la cruz. En esta perspectiva de considerar la cruz como lugar de la definitiva revelación del Dios de Jesu­ cristo, y a la vez como prueba incuestionable de la solidez de nuestra fe, nos encontramos también con D. Bonhoeffer que dirá que «los hombres se acercan a Dios en el dolor de Dios». Para toda teología y toda Iglesia que se precien de ser cristianas, existe un criterio interno que supera, con mucho, la crítica política, ideológica y psicológica que viene de fuera: el mismo Crucificado. La palabra de la cruz es su más inplacable juez y su más radical libertador frente a la men­ tira y el orgullo, frente al ansia de poder y el miedo. La cruz de Cristo no es un tema más para Buenaventura, sino que conforma toda la realidad de Jesús y, por lo tanto, toda su teología y experiencia cristiana. Es un nuevo principio de conocimiento, como ya dice san Pablo cuando habla de la cruz como principio de una sabiduría que es escándalo para los judíos y necedad para los gentiles. No estamos diciendo que la cruz sea el único tema de teología, pero sí que constituye algo así como la puerta de entrada a sus distintos problemas. Dirá J. Molt- mann que todas las manifestaciones de Dios, la creación, el pecado y la muerte están señalando al Crucificado. Y todas las afirmaciones cristianas sobre la historia, la Iglesia, la fe, el futuro y la esperanza viven del Crucifi­ cado. Lo mismo dirá Buenaventura poniendo la cruz al centro del círculo de todos los misterios cristológicos. Así, en la cruz culmina toda la revela­ ción y autocomunicación y coronada en el hecho pascual, cruz y victoria de la cruz con la resurrección. En este sentido, ya vimos cómo el misterio de la eucaristía es para Buenaventura la continuación de la encarnación humilde y de la cruz donde Cristo se da totalmente. Las consecuencias de esta forma de plantear la teología son decisivas, sobre todo, en el campo de la acción y el compromiso cristiano. Teniendo en cuenta que las coordenadas históricas y los problemas sociales, cultura­ les y religiosos en los que vivió Buenaventura son muy diferentes a los que tenemos planteados hoy, las respuestas tendrán que ser también muy diferentes, pero la inspiración y la dinámica pueden ser comunes, como

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