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56 LUIS RODRIGUEZ CHILAN Dei define al hombre como tensión y referencia constante a Dios, traduci­ ble en apertura-ordenación a é l193. El hombre en Buenaventura es capaz de Dios en un sentido activo, porque siente la tensión al trascendente que lo define y junto a tal tensión, surge la presencia que lo habita. La participación en Dios constituye su más íntima aspiración, y la presencia de Dios en él es el presupuesto que la posibilita. La indigencia impide al hombre llegar al misterio y por ello el hombre apetece la bienaventuranza. La búsqueda de la bienaventuranza nace de la conciencia de la propia insuficiencia que busca la adecuatio , la deiformitas 194. Así, el hombre es proyecto en cuanto imagen de Dios, que vive abierta a formas nuevas de ser: recreación y gloria, que leídas en una clave históri­ ca suponen la maduración existencial del proyecto originario. La imagen supone la posibilidad de un diálogo con Dios, que es el TU del hombre, que se autorrealiza en la medida en que se abre a Dios por el conocimiento y el amor195. En el pensamiento de Buenaventura el hombre queda proyectado a Cristo, como a su propio centro. La encarnación y la cruz son la fuerza que hacen posible esa proyección. El futuro del hombre está revelado en la cruz, que introduce el presente del hombre en el reino de Dios. En la encarnación y en la cruz encontramos la medida exacta del hombre, las potencialidades receptivas de la naturaleza humana, como abiertas a la naturaleza divina. De particular interés es para Buenaventura el estudio de la categoría de la «relación» en el hombre. Una visión dinámica del seguimiento exige la relación como constitutivo esencial de la persona: «La persona, además, se define por la sustancia o por la relación; si se define por la relación, persona y relación serán conceptos idénticos196. Por eso Buenaventura incómodo con la definición de Boecio, la dota de una nueva dimensión: la relación197. 193. II Sent. d. 16, dub 2; La ordenación del hombre a Dios es la razón última de su capacidad divina. La creatura humana es como una semilla siempre en crecimiento. La ima­ gen de Dios en el hombre es el existencial que posibilita nuevas formas de ser. Así el hombre tiene que ser definido siempre como un fieri , que sería el sentido último de la intencionalidad humana. Como homo viator indicando que el telos de la existencia no está en el presente, sino en el más allá. Cfr. E. B accarini , Per una antropología nómade. Suggestioni bonaventuriane , en Doctor Seraphicus 31 (1984) 59-80; A. N emetz , The Itinerarium mentís in Deum. The human condition , en S. Bonaventura 1274-1974 , t. III, 345-359. 194. Cfr. IV Sent. d 49 a 1 q 1 concl. ad 5. 195. Cfr. C. Gneo, L ’essenza dell’essere come amore en S. Bonaventura , en S. Bonaventu­ ra , t. II, 83-106. 196. De Trint. q. 2, a. 2, n. 9. 197. Cfr. I Sent. d. 25, a. 1, q. 1, concl.

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