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CONTEMPLACION Y SEGUIMIENTO DE CRISTO POBRE Y CRUCIFICADO 35 todo para seguirle (Me 1, 18), en la cruz convirtieron su seguimiento en abandono. Por eso, el momento más genuino del seguimiento se da en el momento de la cruz96. La contemplación de Cristo no puede ser neutral, según Buenaventura: «¿Qué alma devota, viendo y oyendo tales cosas, podrá contener las lágri­ mas y ocultar el dolor de su corazón?» (22). Provoca inmediatamente un movimiento, un camino: «Corre con vivo deseo a esta fuente de vida y de luz, quienquiera que seas» (47). Este movimiento de seguimiento de Cristo nos sitúa, esta vez, en una mejor disposición para contemplar la riqueza que se encierra en Cristo: «Considersa quien, cuál y cuán grande es éste que está pendiente de la cruz por ti» (29). De esta forma, Cristo pendiente de la cruz ilumina nuestro camino y nos hace deseable nuestra participación a la pasión de Cristo, agua, torrente en el lenguaje de Buenaventura: «¡Oh Jesús!, recrea con el agua de este deseable torrente los secos labios de los sedientos de amor» (47). Terminamos este capítulo con un texto genial y sintético en el que Buenaventura, con un lenguaje afectivo y profundamente teológico, nos invita a abrazar la cruz: «La cruz, horrible en sí misma, especialmente antes de morir Cristo en ella, debemos, con todo, desearla , porque vivifica nuestra existencia. Todos anhelan y quieren la vida perenne; la senda que conduce a la vida perenne, carísimos, es la que atraviesa el puente levantado por Cristo, que es la cruz... La cruz desde fuera, espanta; mas, considerada y vista desde dentro es apetecible : exteriormente es leño de muerte; profundizando en su misterio íntimo, es el árbol de la vida, porque en él estuvo clavado Cristo. Desde entonces, es fuente de vida, que produce gracia... El hombre es aquel árbol que da fruto cuando recibe el riego del agua, es decir, la gracia penitencial. Si deseamos alcanzar los frutos del árbol de la vida juntamente con Cristo , que murió crucificado, también nosotros debe­ mos ser crucificados con é l Carísimos, para encontrar al Señor, debemos antes aproximamos a la cruz; quien abandona la cruz, abandonó primero a Cristo. El que desea ardientemente la cruz , y al Señor lo encuentra sobre ella, no retornará jamás con las manos vacías, porque de ella mana la fuente de la gracia» 97. 96. «¡Oh Dios mío, mi buen Jesús!, aunque indigno y sin ningún merecimiento, otórga­ me la gracia de que, ya que entonces no merecí hallarme presente con el cuerpo, me halle ahora, por la devota consideración, y experimente aquellos mismos afectos de compasión de Dios crucificado y muerto por mí, que sintieron la inocente Madre y Magdalena penitente a la hora de tu pasión» (32). 97. Serm ., IX, 463-470.

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