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22 LUIS RODRIGUEZ CHILAN es donde se da el máximo de la caridad de Cristo para reflejar así «el calor vivificante del Sol eterno». Este fruto tiene un fin: «uno e indivisible, este fruto nutre las almas devotas» (prol. 4). El fin es alimentarnos con la gracia que madura y se entrega en la cruz. Con esta imagen tan sintética del fruto de la cruz, Buenaventura nos dice algo que será central en toda su reflexión teológica: recibimos la gracia en la cruz de Cristo que introduce a la humanidad en una nueva creación. Es sobre la cruz, como árbol de la vida plantado en medio del paraíso, donde Cristo es la fuente de la verdadera vida que nos hace partícipes de la vida de la Trinidad41. El itinerario de la revelación de Dios, y la vía del retorno a la fuente y a la plenitud de la vida trinitaria es, en su estructura, un itinerario de gracia. Este se realiza por el lignum crucisA1 y mediante la revelación del Verbum crucifixum ^ . El árbol de la vida que estaba en el medio del paraíso viene transplantado para nutrir con sus frutos a los hombres44. La cruz es el sacramento original que contiene todos los signos de la gracia porque representa la vida, donada en Cristo a toda la creación. Quien tiene la cruz tiene el árbol de la vida. Sus frutos son muchos y sabrosos, distribuidos para todos los doce meses del año (Ap 22, 2)45. Esos comunican toda la vida, la sostienen y la transfiguran. El árbol de la cruz es el nuevo árbol de la vida que trae los frutos de la resurrección. «La cruz de Cristo es signo de la gracia de Dios, que de la cruz de Cristo, esto es, de su pasión, hace salir carismas y gracias»46. 41. Cfr. Hex., 3, 31; 14,6. 42. Cfr. Hex., 13, 5. 43. El primer capítulo de Collationes de Donis Spiritus Sancti analiza la noción de Ver­ bum crucifixum de donde vienen los frutos de la divina gracia. Don.col., 1, 5: «Lagracia desciende sobre las mentes racionales por el Verboencarnado, por el Verbo crucificado y por el Verbo inspirado». 44. V. M., 1, 2. 45. Prol. 4: «En el primer ramito el alma devota gusta sabor de suavidad, meditando el origen preclaro y dulce nacimiento de su Salvador; en el segundo ramito, la humildísima convivencia y condescendencia generosa; en el tercero, la alteza de la virtud perfecta; en el cuarto, la plenitud de la sobreabundante piedad; en el quinto, el valor que tuvo en la prueba de la pasión; en el sexto, la paciencia que manifestó entre tantos ultrajes y contumelias excesivas; en el séptimo, la constancia que mantuvo en medio de los dolores y martirios de la aspérrima cruz; en el octavo, la victoria obtenida en la agonía y tránsito de la muerte; en el noveno, la novedad de la resurrección adornada de dotes maravillosas; en el décimo, la alteza sublime de la ascensión, derramadora de los espirituales carismas; en el undécimo, la equidad del juicio venidero; en el duodécimo, la eternidad del reino divino». 46. Sermo V De S.P.N. Francisco, IX, 590.

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