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352 SOLEDAD ANAYA MARTINEZ Toda oposición fue acallada, como sucedió con varios periódicos, y la vida parlamentaria desapareció tras el asesinato del diputado socialista Matteoti. Pero tampoco debemos olvidar el papel o la responsabilidad que compete a los intelectuales. En primer lugar, cabe señalar, la aportación del filósofo Giovanni Gentile quien veía en el fascismo el arma definitiva para arrumbar al liberalismo. Fue Gentile —por encargo del Duce— el que se prestó a llamar a los intelectuales, y quien redactó un manifiesto, exento, en definitiva, de ver dadero soporte ideológico o doctrinal. En consecuencia, el fascismo agluti na una serie de ideas parciales, unidas artificiosamente en una maraña de retoricismos, cambiantes según las circunstancias, cada vez que el momen to lo exige y construye «giorno per giorno ¡’edificio della sua volontà e della sua passione » l. No de otro modo era posible satisfacer, al mismo tiempo los intereses y las aspiraciones, tanto de la burguesía como del proletariado. Pero aún queda otro poder que conquistar y eso también lo consigue Mussolini. Nos referimos a la Iglesia. Poco importa el pasado antirreligioso del Duce, porque interesa más derrotar al enemigo común, al Socialismo, liberalismo y comunismo. Sólo Mussolini, a los ojos del poder espiritual de Roma, era capaz de conseguirlo. Los pactos Lateranen- ses del 11 de febrero de 1929 suponen la culminación de esa avenencia, de esa osmosis entre la Iglesia y el Gobierno fascista. No queremos pasar por alto el relevante papel desempeñado por los intelectuales —y a ellos volvemos— dentro del marco de una nueva cultu ra. Industrias, bancos, monopolios, se ven favorecidos por el fascismo y de esta manera, Italia acoge una sociedad burguesa para la que los medios culturales y la cultura en sí misma es un bien aún más signifcativo que el propio bienestar material. Los intelectuales constituyen una pieza vital, un motor sin cuyo impulso los pilares se desmoronarían. Y Así, el grupo po seedor de la cultura tiene el ineludible deber de hacer llegar a las masas las tesis del fascismo, de crear un arte propio del sistema, arte de naturaleza épica pues todo él tiende a diseñar la grandiosa epopeya de la era fascista, a cantar heroicamente al héroe por excelencia, al ser superior y carismàtico con que el destino sonreía a la patria, gigante y titán que empuñaba las riendas de la salvación. Y la lengua, instrumento de inapreciable valor, dúctil en manos adies tradas, empieza a convertirse en vehículo de exaltación, lo que, por otra parte, no resulta nada nuevo; a lo largo de la historia, la clase política dominante ha impuesto su propio léxico, sus giros, sus expresiones. 1. De Scritti e Discorsi di Benito Mussolini , Roma 1922, voi. II, 153.
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