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LAS MOSCAS 273 vivas! ¡De pie, caed sobre ellos en remolino y roedlos hasta los huesos! ¡De pie! ¡De pie! ¡De pie!...» (pp. 33-34 [120-121]). El texto, aunque su transcripción resulte algo extensa, no tiene desper­ dicio. Sartre ha pintado el momento con colores terroríferos. Es la religión de los «muertos»... Estos, al fin, hacen su aparición. Todos. Con sus propios motivos de muerte: «madre por falta de cuidados... infortunados deudores... los muertos en la miseria... los que se ahorcaron porque los arruinaron... los niños a los que se les negaron las alegrías... Todos los tormentos que les habéis infligido pesan como plomo en sus almitas rencorosas y desoladas» (p. 34 [122]). La multitud, presa del remordimiento, delira, confesándose culpable públicamente, pide piedad ante la mirada de aquéllos... Es la palabra que se repite constantemente: «¡Piedad!»... pidiendo per­ dón mientras aquéllos están muertos (cfr. pp. 33-35 [120-123]). Hasta Egisto reconoce su suplicio por la muerte de Agamenón , produ­ cida por sus propias manos: «¡Paz! ¡Paz! Si vosotros os lamentáis aquí, ¿qué diré yo, vuestro rey? Pues ha comenzado mi suplicio: el suelo tiembla y el aire se ha oscurecido; aparecerá el más grande de los muertos, aquel a quien he matado con mis manos: Agame­ nón» (p. 35 [123]). Al oír Orestes el nombre de su padre, intenta arrojarse contra Egisto. Pero es detenido por Júpiter (cfr. p. 36 [124]). Y en medio de esta tensa ceremonia, aparece Electra , vestida de blanco, en vez de negro, como estaba preceptuado. La multitud se indigna ante tal osadía. El Gran Sacerdote la acusa de «sacrilega» y de burlarse de los muertos (cfr. p. 36 [124]). Pero Electra se autojustifica: «¿De luto? ¿Por qué de luto? ¡No temo a mis muertos y nada tengo que ver con los vuestros!» (p. 36 [124]). Egisto reconoce sus razones. Pero pretende involucrarla, también, en el pecado de todo el pueblo. Pero, como su hermano Orestes , no soporta se nombre a su padre Agamenón y se dirige al pueblo para que supere el miedo que los atenaza, el engaño al que han sido sometidos. Se siente «feliz» (p. 37 [125]). Y pide una señal a sus muertos: A Ifigenia , su herma­ na mayor, a Agamenón , su padre, para que se le muestren si, de verdad, es «sacrilega» (p. 38 [127])... El silencio de sus muertos es prueba de su razón. Y les provoca a la multitud con su baile. Es danza sagrada: «Bailo por la alegría, bailo por la paz de los hombres, bailo por la felicidad y la vida» (p. 38 [127]).

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