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272 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Dentro de este contexto, Sartre se recrea en pintar el masoquismo en el que se encuentran los súbditos de Egisto: «¡Hiedo! ¡Hiedo! Soy una carroña inmunda. ¡Mirad, las moscas me cubren como cuervos! Picad, cavad, taladrad, moscas vengadoras, revolved mi carne hasta mi corazón obsceno. He pecado, he pecado cien mil veces, soy un albañal, un retrete...» (p. 32 [119]). Sartre recrudece este cuadro negativo recreando a sus personajes, ma- soquistamente, incluso en lo que aún no ha sucedido: «Todavía no han quitado la piedra y cada uno es ya presa de sus muertos, solo como una gota de lluvia» (p. 31 [117]. Es una estudiada y bien intencionada descripción sartreana, llevada hasta lo grotesco, para hacer resaltar la conclusión de El Pedagogo acerca de la fealdad de los ciudadanos de Argos: «¡Qué feos son! ¡Mirad, mi amo, la tez cerúlea, los ojos cavernosos! Estas gentes están a punto de morirse de miedo. He aquí el efecto de la superstición. Mirad­ los, miradlos. Y si necesitáis una prueba de la excelencia de mi filosofía, conside­ rad mi tez floreciente» (p. 32 [118])... Y comienza la ceremonia. Egisto , delante de la multitud, manda a bus­ car a Electra , mientras preceptúa el lugar de cada uno: «Los hombres a su derecha. Las mujeres y los niños a la izquierda» (p. 33 [120]). La solemnidad del acto lo requiere. E l Gran Sacerdote , adelantándose hasta la entrada de la caverna, intima a los muertos a que aparezcan para celebrar su fiesta : «¡Vosotros, los olvidados, los abandonados, los desencantados, vosotros que os arrastráis por el suelo, en la oscuridad, como fumarolas, y que ya no tenéis nada propio fuera de vuestro gran despecho, vosotros, muertos, de pie: es vuestra fiesta! ¡Venid, subid del suelo como un enorme vapor de azufre empujado por el viento; subid de las entrañas del mundo, oh muertos, vosotros, muertos de nuevo a cada latido de nuestro corazón, os invoco mediante la cólera y la amar­ gura y el espíritu de venganza; venid a saciar vuestro odio en los vivos! Venid, desparramaos en bruma espesa por nuestras calles, deslizad vuestras cohortes apretadas entre la madre y el hijo, entre la mujer y su amante, hacednos lamentar que no estemos muertos. De pie, vampiros, larvas, espectros, harpías, terror de nuestras noches. De pie los soldados que murieron blasfemando, de pie los hombres de mala suerte, los humillados, de pie los muertos de hambre cuyo grito de agonía fue una maldición. ¡Mirad, ahí están los vivos, las gordas presas

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