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270 DIONISIO CASTILLO CABALLERO medio de realización personal y de poseer su propia existencia. Orestes siente su libertad como dependiendo de un hilo; pero sintiéndose en su intimidad, en su yo como «libre, gracias a Dios» (pp. 16-19 [93-97])... En este preciso momento aparece Electra. Se acerca, sin verlos, a la estatua de madera de Júpiter y le increpa duramente: «¡Basura! Puedes mirarme, sí, con esos ojos redondos en la cara embadurnada de jugo de frambuesa; no me asustas. Dime, vinieron esta mañana las santas mujeres, los cascajos de vestido negro. Hicieron crujir sus zapatones a tu alrededor. Estabas contento, ¿eh, cuco?, te gustan las viejas; cuando más se parecen a los muertos más te gustan. Desparramaron a tus pies sus vinos más preciosos porque es tu fiesta, y de sus faldas subían a tu nariz tufos enmohecidos; todavía halaga tu nariz ese perfume deleitable... Bueno, ahora huéleme, huele mi olor a carne fresca. Yo soy joven, estoy viva, esto ha de horrorizarte. También yo vengo a hacerte ofren­ das mientras toda la ciudad reza. Mira: ahí tienes mondaduras y toda la ceniza del hogar, y viejos restos de carne bullentes de gusanos, y un pedazo de pan sucio que no han querido nuestros cerdos; a tus moscas les gustarán. Feliz fiesta, anda, feliz fiesta, y esperemos que sea la última...» (p. 20 [98-99]). Después de esta ofrenda en la que Electra pretende ridiculizar a Júpiter , expresa sus deseos íntimos de derribarle. Pero se siente pobre e incapaz para realizarlo personalmente. Mas no pierde la esperanza de un salvador humano. Confía en su próxima venida. El derrumbará aquella estatua, símbolo de lo negativo para el hombre: «No soy muy fuerte y no puedo tirarte al suelo. Puedo escupirte, es todo lo que soy capaz de hacer. Pero vendrá el que espero, con su gran espada. Te mirará regodeándose, con las manos en las caderas y echado hacia atrás. Y luego sacará el sable y te hendirá de arriba abajo, ¡así! Entonces las dos mitades de Júpiter rodarán, una a la izquierda, la otra a la derecha, y todo el mundo verá que es de madera blanca. Es de madera toda blanca, el dios de los muertos. El horror y la sangre del rostro y el verde oscuro de los ojos no son sino un barniz, ¿verdad? Tú sabes que eres todo blanco por dentro, blanco como el cuerpo de un nene; sabes que un sablazo te abrirá en seco y que ni siquiera podrás sangrar. ¡Madera blanca! Buena madera blanca: arde bien...» (p. 20 [90]). Al final de toda esta imponente imprecación, descubre a Orestes, que se presenta como Filebo de Corinto. El Pedagogo les deja solos y se inicia entre ellos una conversación muy familiar. Electra le explica toda su lamentable situación desde la mañana hasta la noche. Un mísero estado es el suyo: «...no soy más que una sirvienta... La última de las sirvientas... Lavo la ropa del rey y de la reina... También lavo la vajilla... Todas las mañanas debo vaciar el cajón de basuras...» (p. 21 [100-101]).

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