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LAS MOSCAS 305 imperio del miedo y del terror, de los muertos. Es, también, el modo de que Egisto haya conservado el trono, después de su homicidio real. Egisto es el mediador del miedo. Quien sostiene el remordimiento de sus súbditos. Con su mirada, les hace sentirse culpables hasta la médula. Y, a su vez, por este mismo motivo, se obtiene el orden y la paz «socio- política» en la ciudad: dos funciones sociales de la religión, a las que en Las moscas se le dedica una buena mención... En este tema, Sartre nos hace recordar, como indicábamos anterior­ mente, las críticas de pensadores epicúreos romanos y de otros más cerca­ nos a nosotros, que han denunciado posturas conservadoras clericales den­ tro de las funciones sociales de la religión. La misma presentación que Sartre hace de Júpiter a lo largo de su obra confirma esta interpretación de la religión, en su aspecto más lúgubre y negativo. Júpiter , es, ante todo, el dios de la muerte, de la ultratumba... Parece que sólo tiene dominio sobre los astros, el mar..., la naturaleza, en este mundo y del hombre en «el más allá»... «Te gustan las viejas enluta­ das». Y, «cuando más se parecen a los muertos más te gustan» (p. 20 [98]). Sus relaciones con los hombres «huelen a muerto», a «culpa», a «remordi­ miento», a «expiación», a «superstición»... Electra , en el enfrentamiento con la estatua de Júpiter , recoge en una frase breve, pero condensada, la mejor descripción de la función de la divinidad en relación a esto: «Este mojigote de madera es Júpiter , dios de la muerte y de las moscas» (p. 21 [ 101 ]). Frente a esta consideración supersticiosa de la religión, Sartre presenta a Orestes como prototipo de otro «hombre nuevo», «ilustrado», que no necesita de órdenes, ni de fundamentación de la justicia fuera de sí mismo, ni de dioses. Es el prototipo del hombre en libertad y de la aceptación de sí mismo. Encarna el ideal de hombre de «nueva cultura» en la que ha sido adoctrinado por su preceptor. El Pedagogo le ha ofrecido, al principio de Las moscas , las líneas maestras de dicha filosofía: «¿Dónde dejáis la cultura, señor? Vuestra cultura os pertenece, y os la he com­ puesto con amor, como un ramillete, ajustando los frutos de mi sabiduría y los tesoros de mi experiencia. ¿No os hice leer temprano todos los libros, para fami­ liarizaros con la diversidad de las opiniones humanas, y recorrer cien Estados, demostrándoos en cada circunstancia cuán variables son las costumbres de los hombres? Ahora sois joven, rico y hermoso, prudente como un anciano, libre de todas las servidumbres y de todas creencias, sin familia, sin patria, sin religión, sin oficio, libre de todos los compromisos y sabedor de que no hay que compro-

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