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LAS MOSCAS 303 La idea sartreana no es nueva. Se remonta a concepciones muy anti­ guas. Basta recordar la literatura greco-romana. Al referirse al origen humano de los dioses, recurre con frecuencia a sus fundamentos psico-so- ciales: fruto de la ignorancia humana bajo múltiples aspectos. Con el con­ siguiente miedo producido ante las fuerzas de la naturaleza, sociales y polí­ ticas... Aquellas divinidades en apariencia omnipotentes, omniscientes, celes­ tiales y presentes por doquier son, en realidad, producto humano y nada más que humano. Uno de los filósofos antiguos que mejor ha expresado este componente psicológico del fenómeno religioso es, sin duda alguna, Lucrecio Caro. Su obra De rerum natura , ofrece un clima constante para este análisis, si bien recoge un ambiente bien determinado que, posteriormente, se irá amplian­ do a lo largo de las distintas interpretaciones históricas acerca del origen de la religión y que culminará en la interpretación marxista clásica de Marx-Engels y Lenin... «Primus in orbe déos fecit timor, ardua coelo fulmina cum caderent». Este verso, que parece llevar el sello lucreciano, aunque no lo hemos encontrado en el De rerum natura en esta formulación, después de un detenido análisis de dicha obra, expresa, de modo poético, bellísimo, esta precisa concepción. (Para su posible atribución a Petronio, a Stacio o a un anónimo glosador de Stacio, cfr. Ambrogio Donini, Lineamenti di Storia delle Religioni , Editori Riuniti, Roma 1974, p. 16)... La religión, surgida del miedo ante las faltas morales, de los pecados, con su carga expiatoria, tan complaciente a Júpiter, es fuertemente ridiculi­ zada por Sartre en esta obra. Burla que es llevada hasta el paroxismo. El miedo acompaña a todos los personajes, menos a Orestes. Argos es la «ciudad del miedo», cerrada, sombría, aterrorizada por lo que está aconteciendo. Miedo que aparece en todo momento y que Sartre muestra especial gusto por destacarlo a lo largo de toda su obra. Y que culmina en la fiesta de los muertos... Una de las escenas más significativas y concentradas de Las moscas , a este respecto, nos la ofrece Sartre en sus primeras páginas. Ya hemos aludi­ do a ella. Nos referimos al discurso de La Vieja , que entra en escena pidiendo perdón a Júpiter , ante el reclamo de éste de que se ocupe de su propio arrepentimiento más que de los muertos: Se arrepiente ella, su hija, su nieto, su yerno... Toda la familia ha sido educada en el sentimiento de su «pecado original» (cfr. p. 13 [89]).

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