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LAS MOSCAS 301 en lo absoluto e hipostasio mi objetividad; mejor aún, pongo mi ser-objeto-para- Dios como más real que mi Para-sí; existo alienado y me hago enseñar por mi defuera lo que debo ser. Es el origen del temor ante Dios» (p. 370 [350]). El tema del «Otro» —Dios— que me mira es una idea-experiencia que acompañó a Sartre desde su niñez y que aparece en todas sus obras, como uno de los motivos fundamentales de su negación de Dios. Antes de entrar en el análisis de este en Las moscas , nos vamos a permi­ tir aducir un texto-muestra —algo extenso, pero de sumo interés a este respecto— de Los caminos de la libertad: El aplazamiento'. «Dios miraba a Daniel. ¿Lo llamaré Dios? Una sola palabra y todo cambia. El se pegaba a los postigos grises que cerraban la tienda del guarnicionero, las gentes iban de prisa a la iglesia, negras en la calle risada, eternas. Todo era eterno... Mi mirada está hueca. La mirada de Dios la traspasa de parte a parte... Dios ve me , Mateo: yo lo siento y lo sé. Ahí está: todo ha quedado dicho de una sola vez... Y a ti también te ven, incrédulo burlón, a ti te ven... Por fin, sé qué soy. Transformo para mi uso y para tu mayor indignación la frase imbécil y criminal del profeta de ustedes, ese «pienso, luego existo» que tanto hizo sufrir —pues mientras más pensaba menos parecía ser—, y digo, me ven, luego existo. Ya no tengo que soportar la responsabilidad de mi transcurrir pastoso: el que me ve, me hace ser, soy como él me ve. Vuelvo hacia la noche mi faz nocturna y eterna, me erijo como un desafío y digo a Dios: aquí estoy. Aquí estoy tal como tú me ves, tal como soy. ¿Qué puede hacer sino soportarme? Y tú, cuya mirada me crea eternamente, sopórtame... Soy infinito e infinitamente culpable. Pero yo so y , Mateo, soy. Ante Dios y ante los hombres, soy: Ecce homo» (pp. 169. 344-345 [227-228. 468-470])... Dentro de este marco filosófico, es preciso interpretar cuanto Sartre afirma acerca de la mirada en Las moscas... Lo hace en una doble perspec­ tiva: desde Egisto hacia sus súbditos y desde Júpiter en relación al hombre. Aparece ya en la escena de los soldados, que defienden la entrada a la sala del trono. La estatua de Agamenón le hace a uno de ellos recordar la misión de los reyes: «Ya ves. No hay nadie. ¡Es Agamenón ! Ha de estar sentado sobre esos cojines, derecho como una estaca, y nos mira; no tiene otra cosa en qué pasar el tiempo sino en mirarnos» (p. 51 [146]). Pero, ¿qué es lo que produce la mirada en los súbditos de Egisto y en él mismo? Aquéllos reflejan tan perfectamente el semblante que el rey les impone de sí mismo por su mirada que les petrifica... Pero él, también, queda petrificado por la mirada de sus súbditos: él es su primera víctima:

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