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LAS MOSCAS 299 para otros»: «somos-para-otros»... La mirada nos pone en camino de nues­ tro ser-para-otro y nos revela la existencia indudable del prójimo, para el cual somos. Por él ganamos objetividad. Una conciencia solitaria es incon­ cebible. Tenemos la conciencia —experiencia originaria y vivencial— de que el otro me mira. «Soy-para-otro». Y esto es lo que produce «vergüen­ za»... En virtud de la mirada del otro , soy objeto para otra conciencia. Por consiguiente, la mirada del otro lleva un doble significado: positivo: me descubro existente por el otro... Y otro negativo: me descubro siendo «objeto de la conciencia ajena». En esta circunstancia, se me fija, se me limita en mis propias posibilida­ des. El otro se me presenta como permanente posibilidad de «ser mirado, ser visto» por otros que nos espacializa y temporaliza (cfr. pp. 342-344 [324-325]). La mirada del otro «me constituye como un ser sin defensa para una libertad que no es la mía» (pp. 344-345 [326]). Nos hace esclavos de los otros. De ahí el conflicto entre subjetividades, entre «seres-para-sí»: senti­ do original del «ser-para-otro» (p. 455 [431]). Esta idea aparece constantemente en las obras de Sartre: teatro, novela y ensayos... Entre otros, merecen tenerse presentes los siguientes textos: • H u ís clos , o. c., pp. 86. 95-96. 98-99. 105-107. 111. 115-117 [19-20. 36-37. 42-44. 54-57. 65. 73-76]. • Les surcis, en Les chemins de la liberté II, Gallimard, París 1945. Trad. cast. de Manuel R. Cardoso, Losada, Buenos Aires 1961, 168-171. 344-345 [226- 229. 468-471]. • Les motsy Gallimard, París 1964. Impression Bussiére á Saint-Amand (Cher) 1990. Trad. cast. de Manuel Lamana, Losada, Buenos Aires 1966, 8.a ed., 19. 66. 68-69. 161-162 [19. 82. 85-86. 203-204]. Como autobiografía, esta última obra es de sumo interés para comprender el origen «histórico-psicológico» del tema de la «mirada» en Sartre. En el contexto de su Ontologia fenomenológica , al que nos venimos refiriendo, Sartre alude al mito de Medusa. También se realiza este mito en la mirada interpersonal: en ella queda petrificada el «ser-para-sí» por la mirada del «otro» (p. 531 [502]). Y es precisamente esta situación la que produce angustia y constituye, propiamente, la «caída original, la culpa original» (p. 508 [481]). En realidad, es lo que constituye «el infierno», como afirmará, más tarde en A puerta cerrada : «El infierno son los demás» (p. 117 [75]).

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