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296 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Pero Orestes , «de acuerdo consigo mismo» (p. 66 [172]), se niega a someterse a esta situación pedida por la divinidad. Se siente dueño de sus propias acciones y se pronuncia contra el arrepentimiento. Carga, con ple­ na responsabilidad, con su propio crimen: «todo es mío», «muy mío» (p. 61. 77 [163.189]). Esta «sarna del arrepentimiento» le quita al hombre su propia dignidad personal (p. 58 [159]) y le hace encadenarse a los dioses. Es un acto de «mala fe». Frente a esta postura, tipificada en la persona de Electra , Sartre va configurando al personaje central de su obra, como prototipo que va ad­ quiriendo, progresivamente, conciencia de sí mismo, de su propia libertad como ser libre, auténtico, que asume su propio acto con todas las conse­ cuencias. Acepta su propio destino, sin dejarse seducir por la «gracia» que Júpiter le ofrece de su arrepentimiento. Comprende su compromiso de persona llamada a realizarse entre los suyos y con su ciudad y acepta, como consecuencia, llevarse consigo de la ciudad a las moscas... Sartre presenta a Orestes como hombre que actúa responsablemente: de «buena fe». Coherentemente con lo que afirma en El ser y la nada , es dueño de sí mismo y responde de «su» acto: «El acto decide de sus fines y sus móvi­ les... es expresión de la libertad» (p. 542 [513]). Electra , en cambio, ha sucumbido ante la «sirena» de Júpiter que la reclamaba a no reconocer su acto y a echarse en las manos de los dioses, expiando su propio «pecado». La «mala fe» se ha introducido en su vida. En realidad, se ha mentido a sí misma, negándose en su misma libertad... Es interesante, también, a este propósito, la contraposición que el mis­ mo Júpiter establece entre el crimen de Egisto y el de Orestes. Mientras el cometido por el primero ha producido arrepentimiento en él y en todo el pueblo que expía incluso los pecados de sus reyes, el de Orestes es califica­ do de improductivo para el intento de la expiación. No se ha arrepentido. Lo ha mantenido «suyo» hasta el final, con todas las consecuencias. En verdad, reconoce Júpiter «son crímenes ingratos y estériles» (p. 54 [154]). Y esto no es del agrado de la divinidad. Precisamente encontramos una escena que puede pasar desapercibida. Pero que tiene un profundo sentido en referencia a cuanto venimos anali­ zando. Aparece al principio de la obra. En la plaza de Argos, se acerca Júpiter y entabla un diálogo de clarificación con Orestes y El Pedagogo. Pero, en medio de esto, La Vieja pregunta a Júpiter: «¡Señor! ¿Sois un muerto?». A lo que Júpiter responde:

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