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294 DIONISIO CASTILLO CABALLERO naturales, sino persona, un «ser-para-sí», eminentemente activo y alejado de las consideraciones de la naturaleza como «vieja alcahueta», cuya voz ya no admite: «Todavía ayer eras un velo sobre mis ojos, un tapón de cera en mis oídos; ayer tenía yo una excusa; era mi excusa de existir porque me habías puesto en el mundo para servir tus designios, y el mundo era una vieja alcahueta que me hablaba sin cesar de ti. Y luego me abandonaste» (p. 72 [181]). «No volveré a tu naturaleza; en ella hay mil caminos que conducen a ti, pero sólo puedo seguir mi camino» (p. 73 [182]). Todo este lenguaje está presuponiendo el concepto ontológico de «creación» que, en repetidas ocasiones, mantiene Sartre en su obra El ser y la nada. Sartre recuerda las concepciones de Descartes y Leibniz a este propósito. Para confirmarlo, baste citar uno de sus textos más indicativos. Se encuentra en las primeras páginas de su obra, cuando Sartre pretende definir las características del «ser-en-sí». Aunque un poco extenso, lo reco­ gemos por su importancia: «La clara visión del fenómeno de ser se ha visto a menudo oscurecida por un prejuicio muy generalizado, que denominamos «creacionismo». Como se supo­ nía que Dios había dado el ser al mundo, el ser parecía siempre afectado de cierta pasividad. Pero una creación ex nihilo no puede explicar el surgimiento del ser, pues, si el ser es concebido en una subjetividad, así sea divina, queda como un modo de ser intrasubjetivo. Esa subjetividad no podría tener aun la representación de una objetividad, y en consecuencia, no podría ni aun afectarse de la voluntad de crear lo objetivo. Por otra parte, el ser, aun cuando fuera súbitamente puesto fuera de lo subjetivo por la fulguración de que habla Leib­ niz, no puede afirmarse como ser sino hacía y contra su creador, pues, de lo contrario se funde en él: la teoría de la creación continua, quitando al ser lo que los alemanes llaman la Selbstständigkeit , lo hace desvanecer en la subjetividad divina. El ser, si existe frente a Dios, es su propio soporte y no conserva el menor vestigio de la creación divina. En una palabra, aun si hubiese sido creado, el ser-en-sí sería inexplicable por la creación, pues retoma su ser más allá de ésta. Esto equivale a decir que el ser es increado.:.» (p. 33 [31-32]). Cfr. también, pp. 33-34. 304. 318-320 [32-33. 287-288. 300-301]). En el fondo de toda esta concepción hay que presuponer la ontología fenomenológica sartreana que, como venimos afirmando a lo largo de todo nuestro trabajo, Sartre ejemplariza en Las moscas...

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