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LAS MOSCAS 267 Al llegar a la edad de la virilidad, volvió a Argos, por orden de Apolo, a vengar la muerte de su padre, matando a Egisto y Clitemnestra. El matri- cidio le acarreará el acoso de las Erinias o Furias, deidades vengadoras que seguían a los hombres por los crímenes cometidos, particularmente por el derramamiento de sangre, que le condenaron a la locura. Por consejo de Apolo, buscó refugio en el templo de Atenea, en Ate­ nas, donde fue juzgado y absuelto por el tribunal del Areópago. Otra versión cambia el detalle indicando que sólo podía curar de su locura raptando en el Quersoneso Táurico una estatua de Artemisa. Con este propósito, se puso en camino con Pílades, su inseparable amigo y halló que la sacerdotisa de Artemisa era su hermana Ifigenia que huyó con ambos amigos a Argos. Aquí recuperó el trono de su padre y se casó con Hermíone , hija de Menelao y de Helena , mientras Pílades lo hacía con Electra... Las moscas de Sartre fue su primera pieza teatral representada en París el 3 de junio de 1943, con el permiso de las autoridades alemanas. Sartre respeta los elementos fundamentales de la leyenda griega, si bien la modela según el interés que pretende hacer resaltar en sus personajes, con cierta libertad y de acuerdo con su pensamiento filosófico. Combina, según esto, elementos tradicionales con otros nuevos, moviéndose con las licencias literarias exigidas por la naturaleza de su obra... La obra de Sartre se desarrolla en tres actos: El primero consta de seis escenas. E l segundo se divide en dos cuadros , con cuatro y ocho escenas , respectivamente. Y, por último, el tercero comprende seis escenas. A) Acto primero Orestes se presenta en su ciudad natal, Argos, que ofrece una situación verdaderamente lastimosa: tétrica, oscura, poblada de aullidos, de viejas y de Erinias. Su preceptor, El Pedagogo explica a las gentes con las que se encuentra su situación de «viajeros extraviados». Las primeras personas con las que se encuentran son Las Viejas , a las que tan sólo pide una indicación, que aquéllas, escupiendo en el suelo y con gritos, huyen de aquellos personajes misteriosos... La respuesta de El Pedagogo es fulminante: «¡Viejas piltrafas!... ¡Puf! Estas calles desiertas, el aire que tiembla, y este sol...» (p. 9 [82]). Todo... le hace recordar, en contraste brutal, las más de «quinientas capitales» existentes en Grecia e Italia...

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