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282 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Y se marcha corriendo, para no poder ser atrapada por su hermano... Orestes , ante la amenaza de las Erinias, se siente solo, en completa soledad: «...estaré solo hasta la muerte. Después...» (p. 75 [186]). Y termina con un profundo suspiro de conmiseración por su hermana: «¡Pobre Electra!» (p. 15 [187])... En este momento, El Pedagogo , que acompaña a Orestes , aparece en el templo y se dispone a ayudarlo. Le indica que los hombres de Argos se encuentran amotinados ante las puertas del templo (cfr. p. 76 [187-188]). Su vida peligra. Y le ofrece huir. Ante esta situación, echa de menos el dulce país de Atica, «donde era mi razón la que tenía razón» (p. 76 [187]). Orestes le insta a que abra la puerta sin miedo. E l Pedagogo se niega. Pero, al final, después de la insistencia de Orestes , le obedece. Abre las puertas a la multitud que, sorprendentemente, se detiene ante el umbral, profiriendo gritos contra Orestes , llamándole «sacrilego, asesino, carnice­ ro...» y prometiéndole la muerte (p. 77 [189]). Frente a todos, incluso frente a su propia hermana, Oretes expone al pueblo su «acto» y sus propias consecuencias, que asume plenamente, al mismo tiempo que rechaza a los dioses en nombre de la dignidad y libertad del hombre. Sartre culmina su obra con una escena sorprendente, en la que presenta a su principal personaje con aspectos de soberanía insospechada: convenci­ do de su realeza, de su derecho al trono de Argos, y dirigiéndose a sus «fieles súbditos» de modo solemne: «¿Estáis, pues, aquí, muy fieles súbditos míos? Soy Orestes , vuestro rey, el hijo de Agamenón , y éste es el día de mi coronación» (p. 77 [189]). La multitud se halla desconcertada. Pero Orestes aprovecha este mo­ mento tan solemne para hacer una proclamación sintética de todo cuanto ha acontecido y de su comportamiento. Por el interés que presenta el contenido de esta proclamación, en orden al propósito de nuestro estudio, transcribimos lo más importante de la misma: «¿No gritáis más? Ya sé: os doy miedo. Hace quince años justos, otro asesino se irguió delante de vosotros... Me miráis, gentes de Argos, habéis comprendido que mi crimen es muy mío; lo reivindico cara al sol; es mi razón de vivir y mi orgullo, no podéis castigarme ni compadecerme, y por eso me tenéis miedo.

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