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LAS MOSCAS 281 «Ten cuidado; acabas de confesar tu debilidad. Y no te odio. ¿Qué hay de ti a mí? Nos deslizamos uno junto al otro sin tocarnos, como dos navios. Tú eres un Dios y yo soy libre; estamos igualmente solos y nuestra angustia es semejante. ¿Quién te dice que no he buscado el remordimiento en el curso de esta larga noche? El remordimiento, el sueño. Pero ya no puedo tener remordimiento. Ni dormir» (p. 73 [183]). Orestes, desde esta afirmación radical de su libertad, y en el careo con Júpiter , asume su misión liberadora: abrir los ojos a sus conciudadanos y anunciarles el crepúsculo de los dioses: «Los hombres de Argos son mis hombres. Tengo que abrirles los ojos...» (p. 73 [183]). Misión que el mismo Júpiter reconoce: «Bueno, Orestes, todo estaba previsto. Un hombre debía venir a anunciar mi crepúsculo. ¿Eres tú? ¿Quién lo hubiera creído, ayer, viendo tu rostro femeni­ no?» (p. 73 [183]). Júpiter vuelve, de nuevo, a la carga sobre Orestes , haciendo lo imposi­ ble para producir en éste el arrepentimiento: «¡Pobres gentes! Vas a hacerles el regalo de tu soledad y la vergüenza, vas a arrancarles las telas con que yo los había cubierto, y les mostrarás de improviso su existencia, su obscena e insulsa existencia, que han recibido para nada» (p. 73 [183]). Orestes reconoce que precisamente éste es su propio destino. Y es pre­ ciso aceptarlo. Incluso en un destino de desesperación. Pero hay que reco­ nocer que el hombre es libre y harán con su existencia lo que quieran: «Lo que quieran; son libres y la vida humana empieza del otro lado de la deses­ peración» (p. 73 [183])... Frente a esta postura de total autonomía, Electra, cargada por el peso del remordimiento, rechaza ese don, esa oferta de su hermano —que pesa como plomo sobre el alma— (cfr. p. 74 [185]). Y acude a Júpiter como a su único salvador, echándose en sus brazos: «¡Socorro! Júpiter , rey de los dioses y de los hombres, mi rey, tómame en tus brazos, llévame, protégeme. Seguiré tu ley, seré tu esclava y tu cosa, besaré tus pies y tus rodillas. Defiéndeme de las moscas, de mi hermano, de mí misma, no me dejes sola, consagraré mi vida entera a la expiación. Me arrepiento, Júpiter , me arrepiento» (p. 75 [185-186]).

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