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280 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Seguidamente, hace una pequeña historia de su vida en torno al surgir de la conciencia de su libertad frente a Júpiter. Precisamente «hasta el día de ayer» mismo, en el que seguía la voz del Bien de Júpiter. «...la sirena, cantaba y me prodigaba consejos. Para incitarme a la lenidad, el día ardiente se suavizaba como se vela una mirada; para predicarme el olvido de las ofensas, el cielo se había hecho suave como el perdón. Mi juventud, obediente a tus órdenes, se había levantado, permanecía frente a mis ojos, suplicante como una novia a punto de ser abandonada: veía mi juventud por última vez. Pero de pronto la libertad cayó sobre mí y me traspasó, la naturaleza saltó hacia atrás, y ya no tuve edad y me sentí completamente solo, en medio de tu mundito benigno, como quien ha perdido su sombra; y ya no hubo nada en el cielo, ni Bien, ni Mal, nadie que me diera órdenes» (p. 72 [182-183]). Júpiter vuelve a insistir en la preeminencia del Bien sobre el Mal... Pero Orestes se rebela contra esta forma de concebir al hombre. Se reconoce solo ante el Bien y el Mal. Es su propia condición. Pero Júpiter no se resiste a esta insurrección y le recuerda a Orestes algo que considera impor­ tante en su historia personal: «...Recuerda Orestes : has formado parte de mi rebaño, pacías la hierba de mis campos en medio de mis ovejas. Tu libertad sólo es una sarna que te pica, sólo es un exilio» (p. 72 [182]). Orestes acepta la definición descriptiva de su propia libertad ofrecida por Júpiter: un exilio. Y la acepta con todas sus consecuencias, por duras que se presenten. Aún más, se reconoce incluso como «extraño a sí mismo»: «Extraño a mí mismo, lo sé. Fuera de la naturaleza, contra la naturaleza, sin excusa, sin otro recurso que en mí. Pero no volveré bajo tu ley; estoy condenado a no tener otra ley que la mía. No volveré a la naturaleza; en ella hay mil caminos que conducen a ti, pero sólo puedo seguir mi camino. Porque soy un hombre, Júpiter , y cada hombre debe inventar su camino. La naturaleza tiene horror al hombre, y tú, tú, soberano de los dioses, también tienes horror a los hombres» (p. 73 [182]). Es la afirmación más radical de su propia libertad frente a todo lo que signifique ley, orden, mandato, caminos preestablecidos, dados de antema­ no. Su libertad es su propio camino. Su único camino... Precisamente Júpiter reconoce su odio a los hombres como indica Ores- tes. No puede resistir su libertad. Es su «gran debilidad», le acusa Orestes. Y de ahí la advertencia de éste a aquél, al mismo tiempo que precisa bien los lindes entre ambos: hombres y dioses:

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