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LAS MOSCAS 279 La alienta a la aceptación de su propio destino que le abrirá al «nuevo mundo» alegre: «El mundo y la mañana»... A aceptar las consecuencias de «su» acto: «Electra, hemos decidido juntos este destino y debemos soportar juntos sus consecuencias» (p. 66 [171]). Electra sigue acusando a su mismo hermano de «verdugo de tu propia madre» (p. 66 [171]). Pero Orestes tiene muy clara su propia dignidad: «Soy libre. Más allá de la angustia y los recuerdos. Libre. Y de acuerdo con migo mismo. No debes odiarte, Electra. Dame la mano: no te abandonaré» (p. 66 [172]). Pero Electra siente menos miedo de las Erinias que de su propio her mano, a quien termina odiando (p. 67 [172]). Y, ante la petición de ¡socorro!, acude Júpiter , que la libra de las Eri nias, ofreciéndole la salvación, a cambio del arrepentimiento y de la renun cia a ese acto sacrilego (p. 68 [175])... Continúa un diálogo y un forcejeo entre Júpiter y Electra frente a Ores- tes , que no se rinde ante los ofrecimientos de aquél, que les promete insta larlos en el trono de Argos, si repudian el crimen. Basta su renuncia a ese acto criminal (p. 69 [177]). Orestes se afianza, cada vez más, en el reconocimiento de su propia libertad, en un diálogo exquisito literariamente y en contenido entre Ores- tes y Júpiter. Lo podemos considerar como punto culminante de toda la obra de Las moscas. Júpiter trata de proponer los principios básicos, los fundamentos de su poder sobre el hombre y su libertad: la creación (pp. 70-71 [179-180]). Orestes , que a lo largo de todo el Acto tercero de la obra ha ido cobran do progresivamente fuerza y su figura se ha ido agigantando de modo sorprendente ante los mismos dioses, en medio de su soledad, la incom prensión y el rechazo —incluso de su propia hermana—, que sufre como hombre libre, reconoce este hecho aducido por Júpiter. Pero no admite, en modo alguno, las consecuencias que pretende extraer Júpiter: «Eres el rey de los dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el rey de los hombres... No soy el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Soy mi libertad! Apenas me creaste, dejé de pertenecerte» (pp. 71-72 [180-181]).
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