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278 DIONISIO CASTILLO CABALLERO Orestes , no satisfecho con la muerte de Egisto, pide a Electra que lo acompañe a la cámara de la reina... Pero es demasiado fuerte para ella, que trata de salvar a su madre... Y Orestes se dirige solo. Y comete el matrici- dio (p. 58 [160])... El alma de Electra , después de ese momento de duda, se inunda de alegría. Al fin, su padre está vengado. Orestes , por su parte, se siente libre y de acuerdo consigo mismo. Ha realizado, por fin, «su acto» (pp. 60-61 [162-163]): «Y este acto era bueno. Lo llevaré sobre mis hombros como el vadeador lleva a los viajeros, lo pasaré a la otra orilla y rendiré cuenta de él. Y cuanto más pesado sea de llevar, más me regocijaré, pues él es mi libertad... Hoy no hay más que uno —camino—, y Dios sabe a dónde lleva: pero es mi camino...» (p. 61 [163]). Tan pronto como han cometido el doble crimen, las moscas y las Eri- nias —diosas del remordimiento— anuncian su presencia horrorosa y su mirada atormentadora (p. 61 [163-164]). Orestes y Electra huyen con rapidez al santuario de Apolo, «al abrigo de los hombres y de las moscas» (p. 54 [164])... C) Acto tercero En el Acto tercero , que se desarrolla en el templo de Apolo, Orestes y Electra duermen, al pie de la estatua de Aquél, bajo la mirada de las Eri- nias, que ansian torturarlos, ávidas de «carnaza» humana en situación de remordimientos... Al despertarse, las Erinias —unidas en un coro al unísono— desafían a Electra , sumida en la pesadilla del sueño sobre su madre muerta y ensan­ grentada, mediante promesas repugnantes de «mordiscos, gruñidos de mastín, odios, ulular, crujidos, sorbos de sangre y de pus...» (pp. 63-64 [167-168]). Y las acusaciones contra Orestes , llamándole «asesino, verdu­ go, carnicero...» (pp. 65-66 [171]). Electra ha experimentado un cambio radical. Ha sucumbido ante el «arrepentimiento»: se siente culpable y termina aborreciendo el crimen cometido y a su mismo hermano... Se siente débil y la forma que encuentra de salir de esta nueva situación es el arrepentimiento y el rechazo de «su» acción y del crimen de su hermano, que ya no considera «suyo propio» (pp. 65-66 [171-172])... Orestes la anima a salir de tal situación; a hacerse fuerte: «Tu debilidad es lo que les da fuerza» (p. 66 [172]).

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