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LAS MOSCAS 277 «¿Y quién crees que soy? También yo tengo mi imagen. ¿Crees que no me da vértigo? Hace cien mil años que danzo delante de los hombres. Una danza lenta y sombría. Es preciso que me miren: mientras tienen los ojos clavados en mí, olvidan mirar en sí mismos. Si me olvidara un solo instante, si los dejara apartar la mirada...» (p. 56 [156]). Ambos, reconocen, tienen la misma pasión: «el orden» (p. 56 [156]). Frente a ellos, confiesan la singularidad del hombre, de Orestes : «Orestes sabe que es libre... Entonces no basta cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi obra. Dios todopoderoso, ¿qué esperas para fulminar­ lo?» (p. 57 [157]). Júpiter reconoce el secreto de los dioses: «Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses no pueden nada contra ese hombre. Pues es un asunto de hombres, y a los otros hombres —sólo a ellos— les corresponde dejarlo correr o estrangularlo» (p. 57 [157]). Es una llamada a la libertad de Egisto , para que acabe con Orestes rápidamente... Pero, a pesar del compromiso de aquél, ya es tarde. Orestes y su hermana Electra se presentan ante Egisto , a quien acaba de dejar Júpiter. Orestes se presenta como un asesino, animado por su hermana. Egisto sigue mirándolo y con una duda: «¿Es cierto que no tienes remordimiento?... —¿Remordimiento?, contesta Orestes. ¿Por qué? Hago lo que es justo» (p. 58 [158-159]). Egisto , en cambio, tiene otra concepción de la justicia: «Justo es lo que quiere Júpiter» (p. 58 [159]). Para Orestes, la justicia es algo muy distinto: «La justicia es un asunto de hombres y no necesito que un dios me la enseñe. Es justo aplastarte, pillo inmundo, y arruinar tu imperio sobre las gentes de Argos; es justo restituirles el sentimiento de su dignidad» (p. 38 [159]). Pero Egisto sigue con la amenaza de los «moscas», del remordimiento... Y así muere bajo la espada de Orestes (p. 58 [159]).

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