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LAS MOSCAS 275 Orestes , ante la luz que ha aparecido alrededor de la piedra, responde: «Entonces... eso es el Bien... Agachar el lomo. Bien agachado. Decir siempre “Perdón” y “Gracias”... ¿es eso?... El Bien. El Bien ajeno...» (p. 45 [138]). Electra vuelve a insistir en las órdenes recibidas de los dioses, manifes­ tada en aquella luz... Pero Orestes no admite órdenes: «¿Ordenes?... Ah, sí... ¿Quieres decir esa luz alrededor del guijarro grande? Esa luz no es para mí; y nadie puede darme órdenes ya» (p. 45 [139]). Orestes sigue contemplando su ciudad: «Y esta ciudad es mi ciudad» (p. 46 [139]). Desea convertirse en destral, hundiéndose en el corazón de ella «como el destral en el corazón de una encina» (p. 46 [140]). Electra , por su parte, aprecia el gran cambio que Orestes ha experimen­ tado: Aquel Filebo tan dulce, con los ojos tan brillantes... ha cambiado. Hasta hacerse irreconocible. Le habla, ahora, de sangre, de ser como «car­ nicero de delantal rojo» ...de «ladrón de remordimientos ajenos», instalan­ do en sí toda la contrición de las gentes, asumiendo todos los crímenes de su ciudad, cargar con todos sus males... (cfr. p. 47 [141-142]). Es, entonces, cuando Electra le reconoce como a su propio hermano, como el libertador que ella esperaba, con el que había soñado durante mucho tiempo y le había esperado. Por primera vez se dirige a él con su propio nombre: Orestes. Se siente en el «umbral de un acto irreparable, con el que había soñado» y asume su plena responsabilidad. La de «su» propio acto; aunque siente miedo: « Orestes , eres mi hermano mayor y el jefe de nuestra familia, tómame en tus brazos, protégeme porque vamos al encuentro de padecimientos muy grandes» (p. 48 [142]). Cambiada la situación de incomprensión, Electra introduce, a hurtadi­ llas, a su hermano en el salón del trono del palacio. Allí, escondidos, siguen la conversación de unos guardias, que aluden al enloquecimiento de las moscas, que «huelen a los muertos y eso les alegra» (p. 49 [144]). Al momento, aparecen Egisto y Clitemnestra. Se sientan y comentan lo acontecido. Aquél reconoce su habilidad para crear «comedias» de la fiesta de los muertos'. «Hace quince años que sostengo en el aire el brazo tendido, el remordimiento de todo un pueblo» (p. 51 [148]).

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