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EL PROBLEMA DEL MAL Y EL PECADO ORIGINAL EN SAN AGUSTIN 241 externas y sobrevenientes que sin duda tiene. Pero san Agustín vio al fondo el peligro: si se mantiene tal posibilidad real de cumplir los mandamientos, entonces la gracia de Cristo se hace innecesaria. Vuelve a reflexionar sobre las posibilidades reales que la voluntad humana posee para el bien y en­ cuentra: que aquel suficiente poder para el bien es propio y exclusivo de la voluntad íntegra y sana del primer hombre. En los demás la voluntad es ya una voluntad esclava, donde el vicio se ha tornado naturaleza, sujeta a la «dura necesidad de pecar». En este contexto y para este menester entra en acción la teología de Adán que Agustín llevaba en la mente desde tiem­ po atrás. Al no admitir la influencia destacada de Adán en la historia humana, los pelagianos tampoco le concedían importancia especial como causante de los males que sufre la humanidad. Estos, coyunturalmente pueden de­ berse a los pecados personales que los hombres cometen cada día, pero, por principio, hay que declararlos connaturales a la condición humana terrenal. Tanto los males externos, como el mal interno de verse acometido por la concupiscencia, fenómeno de suyo connatural y moralmente neutro en el hombre14. A las reflexiones teológicas de los pelagianos se unen las protestas espontáneas de los ju stos , de los inocentes que no aceptan que se las haga responsables de los males que ocurren en el mundo y que, en consecuen­ cia, se les castigue por algún secreto, inconfesado pecado. No se ve claro cómo las catástrofes naturales como terremotos, pestes y otras puedan cali­ ficarse, con justicia, como castigo por los pecados de los hombres. Por otra parte, varias tradiciones religioso-culturales hablan de las quejas y protestas del «justo sufriente», a semejanza del Job bíblico; el mecanismo del chivo expiatorio, corriente en varias religiones, muestra que persiste la convicción de que hay víctimas inocentes. Los castigos impuestos por la justicia humana no siempre responden a la realidad del delito o de su gravedad. 14. Juliano de Eclana, aunque habla de Adán como de un personaje perfectamente histórico, pero entiende los textos bíblicos en forma más sobria, alejada de la idealización y ontologización realizada por Agustín. Para el obispo Juliano Adán fue un hombre rudo, ignorante, incauto, sin temor ni justicia, débil ante su mujer. Su pecado no fue tan grave como otros que se narran en la Escritura y, añade con mordacidad, no tan grave como el que cometen Agustín y los maniqueos admitiendo un pecado original, un pecado ínsito en la naturaleza ( C.Jul.Op.Imp ., VI, 23: PL 45, 1554s). Ver un estudio más concreto sobre el tema en M. LAMBERIGTS, Julián d’Éclane et Augustin d’Hipone: deux conceptions d’Adam , en Augus- tiniana 40 (1990) 373-410. «Nada en la historia justifica tamaña vanidad », dice Juliano sobre la «teología de Adán» propuesta por Agustín.

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