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240 ALEJANDRO VILLALMONTE tad »11. La raíz de todos los males no hay que buscarla en la naturaleza (maniqueos) sino en la voluntad. En los escritos más explícita y temática mente antimaniqueos, era de esperar que se intensificase la afirmación de que la libertad del hombre es la causa única del pecado/mal que en el mundo existe. Y llegados aquí, a la voluntad libre como causa del mal/ pecado, ya hemos llegado al final del proceso, no hay más que preguntar: no es razonable buscar la causa de la causa, ni la raíz de la ra íz12. Esta concentración antropológica y voluntarista del origen del mal/pecado no la abandona san Agustín ni en los momentos más apurados de la polémica antipelagiana13. Pero tanto el concepto de voluntariedad como el de peca do hubieron de sufrir una reformulación importante. 4. Revisión y cambio de perspectiva Bajo el impulso de su personal experiencia religiosa y de la concomitan te reflexión teológica había llegado a concentrar Agustín en torno a la libertad humana el origen del mal/pecado que hacemos y del mal que padecemos. Nuevas experiencias personales y pastorales y la correlativa reflexión teológica le obligan a buscar la solución por otros senderos. Los teólogos pelagianos, nominalmente el obispo Juliano de Eclana, compartía con Agustín esta concentración antropológica del origen del pecado/mal. Luego, las discrepancias se hicieron radicales. Juliano razona ba: ya que el hombre tiene la posibilidad expedita para hacer el mal y lo hace con plena voluntariedad y responsabilidad, lo mismo habría que decir respecto del bien. Frente al bien y al mal la voluntad se encuentra en el fiel de la balanza. Tiene un poder equilibrado y perfectamente alternativo tan to para el mal como para el bien. No obstante el pecado, sea de Adán o el personal, el hombre conserva siempre la posibilidad real de cumplir los mandamientos de Dios, si quiere sinceramente, superando las dificultades 11. De Lib. Arb.} I, 16: 34. PL 32, 1221-1310. El libro fue escrito los años 388/395. De duab. a n i tn nrs. 5, 12. 14. 15. 17; Cont. Adiman ., 26; Acta c. Fort., 15. 17. 21; Cont Secund., 11. 12. Todos ellos en PL 42, 93-112; 129-172; 111-130; 577-602 respectivamente. 12. De Lib. Arb.y I, 12, 26; III, 3, 8; III, 17, 47-49; Cont Fortun ., 21. 13. En un primer momento san Agustín no tiene inconveniente en admitir el concepto de libertad propuesto por los pelagianos y la plena voluntariedad del pecado: La libertad es un movimiento del alma que brota de ella sin ninguna coacción (C. Jul. Op. Imp ., V, 40: PL 45, 1476). «El hombre pecó porque quiso; tuvo mala voluntad porque quiso. Esto es muy verdad», reconoce también Agustín {Ib., nr. 60). A lo largo de la polémica da marcha a atrás y se refugia en su «teología de Adán» para decir que sólo en éste la voluntad humana estaba sana, íntegra, en perfecta disponibilidad inmediata para el bien y para el mal. Consumado el pecado de Adán, por castigo de Dios, la voluntad humana está radicalmente corrupta, viciada, sin posibilidad para el bien, pero «vendida» a El Pecado.
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