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262 ALEJANDRO VILLALMONTE no sepamos nunca cómo cayó en el infortunio” 48. Es aplicable aquí lo Agustín dice sobre el origen del alma, cuestión que le quedó sin resolver hasta el final de su vida. Pero aunque el origen del alma se ignore no hay peligro “mientras quede clara la redención. No creemos en Cristo para nacer, sino para renacer, sea cual sea la forma en que hemos nacido”» 49. Por tanto, lo que debe quedar claro en cualquier explicación es que Cristo es el único Salvador de la miseria humana. Correlativamente debe quedar clara la necesidad absoluta que el hombre tiene del Salvador: el género humano se encuentra en el abismo de su absoluta imposibilidad soteriológica. Agustín piensa que tal imposibilidad de salvarse le viene al hombre como castigo por el pecado originario de la propia humanidad. Pero, ¿no podría aceptarse que la imposibilidad soteriológica del hombre proviniese de otra fuente? O simplemente acomodarse a decir que el tema es irrelevante, mientras se afirme la necesidad absoluta de Redentor, inclu­ so para los niños recién llegados a la existencia. Pienso que es el propio san Agustín el que nos abre el camino para hablar de la relatividad e índole circunstancial de su teoría sobre el origen de la imposibilidad sote­ riológica del hombre y de la correlativa necesidad absoluta del Redentor. La doctrina del pecado original, no fue desarrollada por sí misma, sino en función subsidiaria y auxiliar , con intención de esclarecer y salvaguardar verdades más valiosas y realmente basilares de la fe cristiana. Dado este carácter subsidiario y ancilar de la doctrina del pecado original, en sus diversas implicaciones, surge legítima la pregunta de si este modo tan agus- tiniano de explicar la imposibilidad soteriológica del hombre no podría ser declarado circunstancial y episódico y, por tanto, destinado a ser superado. En tal caso habría tenido la teoría agustiniana una función similar a la que otorgamos al armazón levantado para construir un monumento. Concluido éste, el armazón puede/debe ser retirado para que el monumento pueda ser mejor contemplado. Pienso que el monumento elevado por Agustín a la Gracia de Dios que se nos da en Cristo, resplandece en su mejor gran- 48. Epist. 167 , 1, 2: PL 33, 720. 49. Epist. 190 , 1, 3: PL 33, 857.

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